Arriba, afiches colgados en el Rastro de Madrid. Madrid, España. Agosto 2009. Foto: literatambo 2009. Abajo las portadas de algunos libros de César Vallejo, Constantino Kavafis y Fernando Pessoa.
La poesía tiene la virtud, y la malas formas, de dejarse interpretar infinitas veces. Mejor dicho, un texto poético puede infinitamente mostrar su rostro cuantas veces quiera frente al lector que lo lea, es más, hasta el mismo lector puede descubrir en la segunda, tercera o cuarta lectura, otros territorios que no pisó en la primera lectura. Esto me sucede cuando releo poemas del peruano César Vallejo, dicho sea de paso el peruano más universal; del griego Konstantino Kavafis; que en vida no cosechó fama o del portugués Fernando Pessoa, que es sin duda el mago más glorioso de su hermosa lengua. Los tres son grandes arquitectos de la palabra en sus respectivos idiomas, inclusive cuando se los traduce, no pierden de ninguna manera el mensaje de sus versos. La poesía de estos tres poetas trasciende irreversiblemente la barrera de la lengua y el lenguaje, y sobrepasa los rincones más ocultos del espíritu.
Como ya lo sabrás, estimada hipócrita lectora, estimado hipócrita lector, la poesía es tan misteriosa como toparse unos metros antes con la esquina de una calle de un pueblo desconocido sin saber que nos deparará la fortuna. Pasear por los portales de la poesía es tocar con los dedos las nubes más altas y bordear las arenas de las playas más recónditas. Esas formas nos diferencia a los humanos de los animales. ¿Cómo entendería un colibrí la poesía, a sabiendas que su vuelo a los ojos de un poeta es poesía perfecta?. ¿Cómo lo entenderia un cerdo, si, a pesar de todo, su desarrollo al momento de nacer es más veloz e independiente a diferencia de un niño que necesita tiempo para moverse en el mundo?. La poesía se ha hecho todas las preguntas habidas y por haber, inclusive, es una caja de pandora, por donde los poetas de las nuevas generaciones seguirán sacando las preguntas que le ponga delante la condición humana y la irresoluta suerte del mito de Sísifo.
Hoy tengo a tres poetas de los cuales apunto abajo dos de sus poemas y una prosa poética. El primer poeta, el peruano, nació en los Andes (1), y cuando empezó a escribir las élites literarias de su país se burlaban de sus versos sin saber que sería algún día el poeta peruano más universal. Murió en París. El segundo, nació en Alejandría, Egipto (2), pero como decía Pessoa, „mi patria es la lengua portuguesa“, Kavafis es considerado el más ínclito poeta griego a pesar que nació, vivió y murió en Alejandría, por algo decía que adondequiera que fuera llevaba de viaje a su Grecia . El tercero (3), a quien acabo de mencionar, Lisboa, su ciudad natal, le debe el que gente como el que escribe tome a veces su mochila y se vaya a recorrer las calles de ese hermoso puerto portugués con su libro de poemas bajo el brazo.
El poema de Vallejo es demoledor cuando dice „Perdóname, Señor: que poco he muerto! / En esta tarde todos, todos pasan / sin preguntarme ni pedirme nada“. El segundo poema, de Kavafis, pertenece a Poemas Canónicos y habla de la irreversible experiencia humana y su ineludible destreza de aceptar los días que se repiten sin fin. El tercer texto pertenece a la página 165 del „Libro del desasosiego“ de Pessoa y describe un instante de lluvia que pareciera que mojara una eternidad al autor que describe en ese breve momento una calle en Lisboa.
ÁGAPE
César Vallejo
Hoy no ha venido nadie a preguntar;
ni me han pedido en esta tarde nada.
No he visto ni una flor de cementerio
en tan alegre procesión de luces.
Perdóname, Señor: qué poco he muerto!
En esta tarde todos, todos pasan
sin preguntarme ni pedirme nada.
Y no sé qué se olvidan y se queda
mal en mis manos, como cosa ajena.
He salido a la puerta,
y me da ganas de gritar a todos:
Si echan de menos algo, aquí se queda!
Porque en todas las tardes de esta vida,
yo no sé con qué puertas dan a un rostro,
y algo ajeno se toma el alma mía.
Hoy no ha venido nadie;
y hoy he muerto qué poco en esta tarde!
MONOTONÍA
Constantino Kavafis
A un día monótono otro
monótono, invariable sigue: Pasarán
las mismas cosas, volverán a pasar -
los mismos instantes nos hallan y nos dejan.
Un mes pasa y trae otro mes.
Lo que viene uno fácilmente lo adivina:
son aquellas mismas cosas fastidiosas de ayer.
Y llega el mañana ya a no parecer mañana.
LIBRO DEL DESASOSIEGO (página 165)
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