lunes, 31 de marzo de 2008

PROYECTO QUIPU / 2 / ÁLVARO DÍAZ DÁVILA

Quipu 2

El segundo autor elegido en esta nueva etapa del Proyecto Quipu es Álvaro Díaz Ávila, chiclayano de veinticuatro años, que estudió periodismo y que ahora dice dedicarse a algo “que no tiene nada que ver con eso”. Para esta quincena los jurados fueron Daniel Salas y Gustavo Faverón. Se le recuerda a quienes quieran participar que pueden enviar sus cuentos o poemas al correo gfaveron@gmail.com. Los cuentos no seleccionados para una quincena serán considerados para las quincenas siguientes.



EL JARDÍN DE LOS ONANISTAS



Álvaro Díaz Dávila


¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Qué soy yo aquí? Soy un pincho parado.

(Fue lo que dijo el poeta chiclayano Juan Ramírez Ruiz en una reunión de amigos una noche cualquiera).



Bruno ha desaparecido y nadie sabe dónde está. Hace meses que salió de su casa y se perdió para siempre de la vida de todos. Hasta ahora lo siguen buscando, pero creo que ya sin esperanzas de encontrarlo. A medida que los meses han ido avanzando, el recuerdo de Bruno se ha convertido en un fantasma que se filtra en nuestras vidas, en nuestras conversaciones y en nuestros sueños. Ayer soñé, por ejemplo, que a Bruno se lo llevaba un cohete espacial que decía con letras negras “La Incertidumbre”. Por eso, yo al menos, no he dejado de pensar en él ni en las posibles razones de su desaparición; una desaparición que al principio resultó extraña, pero que después regresa a nuestras especulaciones como una escalofriante consecuencia lógica, como si el destino de Bruno se hubiera condenado a sí mismo a evaporarse, a desintegrarse voluntariamente en su propio y patético drama de un artista que no sabe quién ser.


Un día me dijo: “No sé lo que pasa, pero siento que todas las chicas con las que he estado son la misma, todas han sido la misma mujer solo que con diferente cuerpo, como si en cada una de ellas se repitiera un mismo prototipo, una misma forma de ver la vida”. Esa idea lo estuvo torturando por mucho tiempo. La vida de Bruno, como sus mujeres, se repetía constantemente desde niño, como dando círculos sobre lo mismo, y por alguna razón que no entiendo, un día Bruno se da cuenta de eso. Esas cosas no las entiendo. Era como si, de pronto, Bruno hubiera decidido despertar, o en todo caso, lo hubiesen despertado de manera imprudente y empezara a darse cuenta de que la vida consistía en algo más. Bruno a cada instante nos decía que de chico pensaba que la vida le tenía guardada una sorpresa, nadie se lo había dicho pero él estaba convencido de eso, y él mismo ha vivido --nos dijo-- como si su vida no fuera su verdadera vida, porque su verdadera vida vendría luego, y sería distinta, más divertida, pero eso lo pensaba desde niño, pero ha ido creciendo y creciendo y me he sentido muy pequeño, muy defraudado, todo es tan difícil, tan grande, tan lejos de mí, ahora me he convencido de que la vida no me tenía guardado nada, vida pendeja, y ahora estoy caminando a oscuras. Sus palabras.


¡Ay! Qué habrás estado esperando de la vida, Bruno. Antes Bruno vivía feliz y triste, triste y feliz, su vida de lo mismo: sus canciones de siempre, su madre, los programas de televisión de siempre, sus amigos de siempre, sus enamoradas --todas iguales-- de siempre, sus tormentos cotidianos de siempre, su maniática sensibilidad de siempre, todo mezclado en un torrente de emociones que lo demolían diariamente y lo hacían componer canciones bonitas; sí, bonitas, pero nunca totalmente desgarradoras, bonitas pero que nunca terminaban por decir lo que él realmente sentía, bonitas pero no realmente buenas; y Bruno descubrió eso también y se regañaba a sí mismo, y se deprimía, se ofuscaba y sufría una pequeña desesperación interna. Una pequeña desesperación interna que yo supongo es la misma que siente alguien que se da cuenta que su vida es una farsa. O la misma desesperación interna de alguien que pudo ver su futuro a través de una ventana y lo que vio fue un túnel muy oscuro y casi infinito. Cosas así sin exagerar.



La vida de Bruno empezó a cambiar. Primero, con ligereza, con repentinas y extrañas decisiones y cambios de humor, y luego con más fuerza e intensidad hasta llegar a convertirse en un verdadero delirio melancólico. Hasta llegar a convertirse en un sueño confuso o surrealista. O algo así, porque con Bruno la realidad simplemente dejaba de ser la realidad; como cohetes que llevan escritos las palabras “La Incertidumbre”. De plano, confieso que la idea me entusiasmó, a mí me parecía realmente divertido que un artista mediocre y sin confianza en sí mismo como él llegara a ensimismarse y a interrogarse tanto sobre su propia vida, que lo haya hecho desconectarse con la realidad. Porque yo conocía muy bien la vida de Bruno, de su timidez, de sus historias corrientes, de sus amoríos con discreta emoción, de sus sufrimientos adolescentes y anodinos, de las cuatro o cinco bandas, libros y películas que forman su reducida enciclopedia cultural, de su incapacidad de acercarse a los riesgos y tomar decisiones trascendentales, de almacenar en su mundito interior sólo programas de televisión de infancia, de su romanticismo empalagoso como el chocolate. En el fondo y en apariencia, Bruno era un niño. Uno lo miraba y era imposible resistirse a su encanto de chiquillo inquieto y dulce; hablabas con él y creías que hasta hace un rato había estado jugando en un jardín escolar. Había cumplido veinticinco años pero aún llevaba dentro de sí la inconsciencia y la espontaneidad de un niño; no he conocido a alguien tan espontáneo como Bruno, era impensable encontrar en él una premeditación, o una interrogación exagerada de las cosas. Bruno hablaba y se comportaba desde su “yo”, su único y valioso “yo”. Un niño Bruno condenado a ser atravesado por sus emociones, a dejar que la vida lo traspase sin pensar demasiado, sin profundizar mucho en nada, la contradicción de una lágrima en constante caída acompañada de una sonrisa eterna. Pero Bruno cambió y yo la verdad esas cosas no las entiendo. ¿Cómo es que un chico ordinario como Bruno pudo volverse líricamente loco? O hermosamente loco, o fascinantemente loco, o entrañablemente loco. Por lo general la gente no cambia así, drásticamente, y entonces a lo mucho Bruno se deprimía una o dos noches, pero hubiese regresado a su mediocridad cotidiana, porque así somos los chicos ordinarios, y porque Bruno, como cualquier otro chico ordinario, olvida inconscientemente las preocupaciones que pudieran estremecerlo, y eso porque carece de profundidad. Y así, sin dramatismos, se podía pasar la vida hasta morir en dulce ignorancia. Sin embargo Bruno se despertó un día y un cohete llamado “La Incertidumbre” se lo llevó de su mundo para depositarlo en el planeta de todos nosotros. Desde entonces Bruno preguntaba sobre la vida, la muerte y el sentido de las cosas y al principio uno lo escuchaba y se reía, porque nadie pensó que las cosas se irían tomando demasiado en serio. Por mi parte yo ya empezaba a observar la vida de Bruno con especial gozo --en realidad me moría de la risa--. Me convertí en seguidor silencioso de su progreso de artista confundido, afanoso en conocerse a sí mismo. La personalidad de Bruno se hacía –graciosamente-- más compleja y contradictoria. Dentro de él empezó a nacer –graciosamente-- su otro yo autodestructivo y malsano. Y Bruno se quedaba largos ratos en silencio, mirando el techo. El techo. Y Bruno caminando de aquí para allá buscando un pensamiento. Un pensamiento. Probó la marihuana, aunque fracasó en sus locas ganas de volverse un adicto porque le incomodaba sobremanera su efecto. Bruno sufriendo por el tiempo, a quién denominó su principal enemigo. Esta angustia por el tiempo perdido se desencadenaba de un momento a otro, cuando él advertía que lo que estaba haciendo no servía de nada para sí mismo, entonces, por ejemplo, en mitad de una película a la cual Bruno no le encontraba “esencia”, se paraba y se iba, ¿a dónde?, a estar conmigo mismo, nos decía. O de pronto, una mañana a Bruno lo veías corriendo, literalmente, diciendo que aquel “fantasma de vacío” lo perseguía y no había que dedicarle más tiempo, por eso corría porque tenía que coger un libro, o escuchar un disco.


Su primer trastorno fue la paranoia con su voz. Empezó a preocuparse por su voz, estaba convencido de que su voz no era la misma siempre, que cambiaba constantemente conforme a su estado de ánimo, o a lo que él llamaba su “fuerza interior”. Se convenció tanto a sí mismo de esa idea, que uno de verdad empezaba a notar las diferencias, entonces a veces se le notaba seguro, con buena pronunciación, hablando con énfasis cada palabra, y otras, se le notaba cansando, frágil, incluso hasta tartamudeaba. Era el reflejo de estados interiores, y por eso, lo que añoraba, era una voz suave y áspera, una voz suave que se dilatara con el viento.


Pasaba todo esto y a mí me parecía que todo lo que hacía Bruno lo apañaba de ternura e ingenuidad. Yo lo miraba, y lo convertí rápidamente en mi héroe personal, aquel personaje cotidiano y ordinario que hace todo lo posible por revelarse contra su destino de la eterna repetición de lo mismo. En el fondo, Bruno anhelaba apasionarse con algo, no sé si habrá llegado a esa conclusión, pero estoy seguro de que lo que Bruno buscaba era aquella pasión que le diera algo de sentido a su vida. Pero la pasión siempre le fue esquiva, desaparecía de su ser como arena entre las manos, llegaba a su vida como relámpagos fugaces, verdaderos y efímeros momentos donde realmente “sentía” la vida, aunque eso se desvanecía rápidamente y regresaba a su frivolidad diaria. De eso trata su locura, de aquel delirante deseo de agarrarse de aquello que lo hiciera sentirse vivo, era un náufrago que se hundía en el mar de la convencionalidad, y donde la única salvación era lo trascendente, lo inmortal y lo superior. Pero el camino a ello no era el conocimiento ni la intelectualidad, sino la pasión, es decir, la sangre en las venas, la presión en el estómago, la exaltación de los sentidos, la emoción pura, y en los últimos meses que lo vimos luchaba por alcanzarlo, o al menos jugaba a que luchaba.



En todo ese tiempo Bruno mantuvo una relación con Leila, su última novia, a quien amenazaba con dejarla mil veces, de las cuales cumplió tres, para luego regresar a los brazos de la pobre y confundida Leila, convencido de que no podía vivir sin ella, pero atormentándose porque en el fondo no la soportaba por ser tan convencional e incapaz de entenderlo. Pero Bruno la necesitaba, eso era evidente. Leila era la primera oyente de sus canciones, la única discípula de sus doctrinas, la cómplice infalible de sus proyectos. Leila estaba allí siempre porque lo amaba, porque le creía todo. Y si quiero ser tajante en este punto, diría que si alguna vez Bruno llegó a ser algo de lo que pensó para sí mismo pues lo fue para Leila. Y fue Leila la primera en convertir la desaparición de Bruno en un suceso místico, y por ratos, cuando se emocionaba, en profético. Porque Leila sentía que lo estaba perdiendo, que se le escapaba de sus brazos, que lo veía y era como si no estuviera, como un vacío, y Bruno con sus besos le estaba diciendo adiós. Cuando empecé a escribir esta historia indudablemente lo primero que hice fue buscar a Leila y hablar sobre Bruno. Leila fue la única testigo de los últimos días con nosotros. Me hice muy amigo de ella y pude sacarle detalles muy personales. Leila me cuenta por ejemplo que los últimos cinco días casi no salía de su cuarto para nada. Bruno aún vivía con sus padres y ellos se preocupaban por alimentarlo, aunque ya casi no tenían ninguna comunicación. Salvo Leila, quien se quedaba a dormir con él y hacían el amor de vez en cuando. Me contó incluso que en el acto sexual Bruno actuaba de manera rarísima; se colocaba encima, escondía la cabeza entre el cuello y el hombro de Leila y no decía nada y no emitía ningún ruido, solo escondía la cabeza y se movía por unos segundos hasta terminar. Las últimas veces habían sido así y para Leila se convirtió en un acto casi de gratitud. Ella entendía eso como que Bruno salía de su refugio en sí mismo para aplacar lo más rápido posible esa necesidad “desagradable”. Esa fue la palabra que utilizó Bruno para referirse al deseo sexual: desagradable. Y con esa palabra escuché --y también entendí-- otro de los grandes tormentos que soportaba Bruno casi en silencio: su incontenible apetito sexual. Yo no lo sabía, pero Bruno nunca había dejado de masturbarse. El sexo parecía envolverlo, sofocarlo, torturarlo tanto que lo odiaba. Era una adicción secreta que lo consumía todos los días, pues no podía dejar de pensar en sexo, y eso, decía él, era la más terrible de sus desgracias porque lo separaba de su esencia artística y espiritual, cosas de Bruno. Cuando me contó esto Leila yo me reí, pero ella me dijo no te rías. Para Bruno esto era muy serio. Un día Bruno estuvo pensando tanto en el asunto que soñó algo escalofriante. Soñó que unos hombres viejos vestidos de niños jugaban en un enorme jardín, y mientras jugaban se estaban masturbando. Es decir que mientras corrían y daban vueltas se estaban cogiendo el pene. Y no paraban de masturbarse hasta que se juntaron entre ellos y se tiraron al pasto para tener un orgasmo casi simultáneo, y todos a la vez entraron en un trance delirante de gritos y sonidos para luego descansar como niños con un dedo en la boca.



Hace varias semanas que estoy tratando de escribir esta historia. La corrijo y la reescribo constantemente. Tengo miedo de no expresar exactamente lo que pasó y sobretodo, no quiero reflejar dramatismos. Porque aquí todo tenía el aspecto de broma, un chiste corriente que deja de ser gracioso en el momento en que Bruno desaparece de verdad. Hasta antes de ese momento Bruno es cándido, travieso, frágil, pero nunca valiente, nunca capaz de cumplir lo que hizo luego. Y fue justamente ese sueño que me contó Leila lo que realmente me motivó a escribir. Me quedé muchos días pensando en aquel sueño y llegué a entenderlo como un simbolismo de su vida y me pareció un sueño fantástico. Entendí que Bruno era uno de aquellos viejos que corría por todo el enorme jardín sin parar de masturbarse, porque el estar en constante masturbación era su manera de “negar” la realidad, de no aceptarla, de satisfacerse consigo mismo y no necesitar de nada más que su cuerpo. Entonces Bruno prefiere masturbarse y seguir jugando en ese enorme jardín que era el mundo, para luego dormir con un dedo en la boca. Y así y así hasta hacerse viejo.


Estoy seguro de que Bruno se dio cuenta de eso y por eso tampoco dejó de pensar en aquel sueño, y su graciosa y exagerada desesperación por cambiar tuvo que ver con que quería dejar de ser ese viejo que no dejaba de masturbarse. Porque para mí su instinto sexual solo componía una parte de su compleja personalidad, y en realidad su masturbación era generalizada, es decir, vivía masturbándose con sus manías, con sus miedos, con sus complejos, con su ternura; gozaba con todo su ser y se acostumbró tanto a eso que no quería vivir en otro mundo que no sea con su propia satisfacción. Pero por alguna razón que no entiendo, Bruno quiere romper esa burbuja, ese mundito interior de autosatisfacción. Se sintió vacío, se sintió niño, se sintió inmaduro.



Una noche, meses antes de su desaparición, hablamos acerca de su futuro. Aquella vez Bruno había estado tocando sus canciones; estaba excesivamente inquieto, expresivo y de buen humor, hablaba y cantaba con graciosa vanidad, una vanidad repentina y exagerada, producto más de la exaltación y del vino que de su verdadera y frágil personalidad. Lo que pasa es que Bruno sabía que estábamos disfrutando de él, de sus manías al hablar, de sus canciones tiernas, de su voz, aquella original voz de tonalidades fuertes y ásperas que le dieron algo de estilo. Y en eso estábamos, escuchándolo cantar y hablar, hasta que, no sé por qué ni de dónde salió, decidimos increparle sobre su futuro como músico. Lo que recuerdo es que la idea inicial no tenía otra pretensión más que la de alentarlo a que pensara un poco más en lo que puede hacer con su música, a manera de un regaño de amigos. Según nosotros, era una forma de darle a entender que nos parecía demasiado bueno como para que siguiera desperdiciando su tiempo, aunque no teníamos tampoco ni idea de qué es lo que se debe hacer para llegar a algo, así que, mientras la conversación avanzaba nuestra idea se convirtió en una serie de comentarios torpes e inútiles sobre lo que debía hacer Bruno con su vida. ¿Qué más podía hacer Bruno?, quizá ninguno de nosotros se había preguntado eso de verdad, después de todo tenía su banda, había grabado, como pudo, sus canciones en un disco que repartió a sus amigos, tocaba constantemente en conciertos locales y cada vez estaba componiendo mejores canciones en un proceso creativo que él encontraba necesario y motivador; pero ¿Bruno era lo suficientemente bueno como para llegar a algo más? Esa noche nos comportamos como unos tontos, y nos pasamos largo rato deliberando sobre el destino de nuestro amigo Bruno, quien minutos antes estaba jugando de lo lindo a ser un cantante especial, sensible y seguro de sí mismo, pero después de haber sido sermoneado por nosotros empezó a sufrir un entristecimiento envolvente que parecía devorarlo y que se reflejó claramente en su semblante pálido, en su mirada fija sobre la nada y en sus comentarios que se fueron reduciendo a monosílabos distraídos y lacónicos. A veces me inclino por pensar que esa noche empezó a cambiar algo dentro de Bruno.


En una de sus últimas noches con Leila le dijo mientras miraba las estrellas por la ventana: “yo creo que el último día de mi vida será como este, mirando las estrellas y sin haber entendido nada”

domingo, 30 de marzo de 2008

EL REFLEJO DEL AMOR / KADER ABDOLAH EN EL AMAZONAS

Arriba, el libro El reflejo de las palabras del autor iraní Kader Abdolah. Editorial Salamandra www.salamandra.info

Una vez, recorriendo en barco el Perú a través del Amazonas me topé con un anciano cuya conversación me impactó enormemente. Todo lo hablado se resumió a lo que me había insistido toda la noche en nueve palabras: lo más importante en la vida es el amor. Escuchar esta frase de la boca de un posible chamán, fue mágico, portentoso, caudaloso, rico como el río que oíamos a nuestro lado. Nunca me he olvidado de él: el reflejo de las palabras.

En otros barcos, como por ejemplo en el que arribé a las puertas de la reserva Pacaya Samiria, escuché historias fantásticas de campesinos y jóvenes sobre el tunche, la malaria, la ayahuasca o el transporte de las naranjas por el río Marañón en barcazas improvisadas hasta llegar a Iquitos.
La selva es mágica.
Eso fue hace dos años y recuerdo que hubo una sequía que dejaba varada a las embarcaciones con pasajeros. La lluvia hacía vacaciones, como yo. Por las noches aparecían grandes luces de pequeñas linternas (en la selva, ante tanta oscuridad, toda lucecita se convierte en un astro rey) que alumbraban desde las orillas: eran pasajeros pidiendo al capitán que se acercase a recogerlos. Por las tardes me subía a la cubierta superior y leía "La Serpiente de oro" de Ciro Alegría, contemplando, a mi alrededor, tanta hermosura.

Hoy, leyendo el Reflejo de las palabras de Kader Abdolah me han venido los ecos de la voz de ese anciano peruano en la selva peruana.

En la página 137 de la referida obra se cuenta que existe un antiguo libro persa que relata los viajes de Nasredin con el fin de comprender el sentido de la vida. Una vez Nasredin se encontró en un pueblo con una multitud de hombres, mujeres y niños que seguían a un joven. El joven lloraba y reía,etc. Y ella preguntó a un anciano ¿qué le pasa a ese muchacho?

- Es es el amor, que se ha apodrado de él. Y todo el mundo ha acudido a verlo para saber cómo es el amor.

Kader Abdolah es un autor iraní que tuvo que abandonar su país por sus posiciones políticas y que ha encontrado en Holanda a su segunda patria. La novela El reflejo de las palabras es un canto a la simbiosis indestructible del amor entre padre e hijo. Un libro sensible y emocionante, una catarsis de fábulas e historias que nos conectan con el mundo misterioso de las alfombras y los montes de la antigua Persia.

Hoy he leído a Abdolah y me he acordado, decía, de ese viejo de cara arrugada por el tiempo, pero cuyo cerebro, brillaba como la estrellita más luminosa del Amazonas. Pensar en él y pensar en la lluvia que ahora, seguro, cae sobre las flores y los árboles gigantes, cuyos pies son besados por el caudal de los ríos, me hace feliz.

No sé si el anciano aún viva, pero sus palabras viven como las palabras del padre poeta de Kader Abdolah aquí en mi corazón, bueno en mi cerebro, en mi estómago.
Buenas tardes a todos.



sábado, 29 de marzo de 2008

EDUARDO MENDOZA, FERNANDO SAVATER, SCHALKE 04 Y EL ALIANZA LIMA

Arriba, portada del último libro de Eduardo Mendoza, "El asombroso viaje de Pomponio Flato". Editorial Seix Barral www.seix-barral.es

Estaba leyendo la conversación entre Eduardo Mendoza y Fernando Savater publicada en Babelia, instalado comodamente en el restaurante de la Estación de Trenes de Karlsruhe, tomando un spezi, cuando de pronto los gritos de ¡Schaaaaalllllke, Schaaaaallllllke! interrumpieron mi lectura. Toda la gente del local giró la cabeza para observar detrás de las puertas de cristal la procedencia del griterío. Entonces, como un acto reflexivo, observé a Arthur. A pesar del bullicio, él seguía placenteramente en los brazos de Morfeo. Afuera, los fanes del Schalke 04 vitoreaban ¡Schaaaaalllllllke ,Schaaaaaallllke! Hoy el Schalke ( 1) se ha enfrentado al equipo de nuestra ciudad, el Karlsruher Sport Club KSC ( 2), en el marco de la fecha 26 de la Bundesliga. El marcador: huevo a huevo, léase, cero a cero.

Una bonita tarde de fútbol eran aquellas tardes en que mi padre me llevaba al Estadio Nacional de Lima a ver jugar al Universitario de Deportes ( 3). Antes pasábamos por la dulcería El Chalaquito, que estaba ubicada entre José Díaz y la Plaza Manco Cápac, para comernos unos arroces zambitos y unas mazamorras moradas que endulzaban los goles de los merengues. No eran tiempos de barras bravas ni de contratos millonarios. El fútbol se jugaba por amor a la camiseta y no había discusiones que huelen a mohatra sobre si se puede jugar en La Paz o Santa Fe de Bogotá. Hasta que llegó Maradona, que es argentino como Jorge Luis Borges, y descubrí que el fútbol era cosa de los Dioses.

Borges detestaba el fútbol, pero Fontanarrosa lo encumbraba. El uruguayo Galeano me ha dejado con la boca abierta leyendo uno de sus relatos sobre el arquero paraguayo José Luis Chilavert cuando hizo un gol de portería a portería: dice que la pelota se elevó tanto tanto, hasta llegar a un cielo colmado de ángeles, y mató a uno de ellos y cayó ensangrentada. Gol.

Con mis alumnos hemos leído las páginas de Günter Grass de su libro Mi Siglo sobre el día en que el alemán Jürgen Sparwasser metió un gol a los alemanes. Un alemán metiendo un gol a los alemanes, qué gracioso. Un gol tan paradójico en tiempos en que el Muro de Berlín dividía a los teutones de este a oeste. El fútbol debe tener algo de magia, aunque a veces esté llena de trampantojo, porque me ha conminado a meterme a la Rosaleda, en Málaga, para ver al argentino Riquelme, o, al estadio de Kalsruhe para ver atajar al más grande portero de la historia de Alemania, Oliver Kahn, que nació aquí y que este año se despide de los arcos.

Pero a pesar de todo, el fútbol es un fenómeno social. Aquí hay un libro que está llamando la atención a las mujeres, porque aborda el tema de los efectos que produce el fútbol sobre la masa masculina. Secretos de machos analizados con ojo de buen cubero por las alemanas. Martina, una amiga hincha del KSC, que viaja por toda Alemania con su novio y su club lo debe saber más que nadie.

En Perú se han publicado poemas al Alianza Lima, y, en España, seguro que los goles de Di Stefano ha inspirado a más de un poeta. A Maradona le cantan Manu Chao y Calamaro. A Pelé, no sé. Mi padre es hincha de Pelé. Yo no. Prefiero la poesía pelotera y la pasión eléctrica de Diego Armando a la frialdad del brasileño del Santos.

Arriba: foto histórica, en un día aciago. Iquitos, Perú: el plantel del Alianza Lima horas antes de morir en las aguas del Océano Pacífico. Fuente fotográfica: Agenciaperu.com.

Perdonen, pero a veces el fútbol me hace escribir tantas paparruchadas. Hoy, en España, juega el Villarreal (4 ) contra el Atlético de Madrid (5 ), tercero y cuarto de la Primera División. Además el Betis ( 6) contra el Barcelona (7). En Perú, no lo sé. Tenemos una liga cabizbaja. Creo que nuestros futbolistas ya no son como los de antes, o nuestros dirigentes ya no son como antaño. Tiempos de crisis. Tiempos de presupuestos flacos. Tiempos de juergas (8 ). Pareciera que esa fatídica tarde del 8 de diciembre 1987 en que Pocho Rospigliosi anunció a través de Ovación de radio El Sol que el avión fokker F-27 que traía al equipo del Alianza Lima (9) desde Pucallpa de vuelta a Lima había desaparecido, se jodió el fútbol por completo en el Perú.

Ahora voy a seguir leyendo la reivindicación del humor que hacen Eduardo Mendoza y Fernando Savater ( 10) a propósito de la publicación del primero de "El asombroso viaje de Pomponio Flato", que si va como "Sin noticias de Gurb", amenazo que me lo compro.


miércoles, 19 de marzo de 2008

DE PELÍCULAS Y POETAS QUE AMARON HEIDELBERG

A la derecha, el libro Kirschblüten de Doris Dörrie.
Fuente fotográfica: Diogenes Verlag.


Desde anteayer empezaron mis vacaciones de Semana Santa, y hoy me he levantado con ganas de reir. Parecerá raro, pero a veces en Alemania para reir -ojo, a veces- o tengo que buscar un vídeo de Charles Chaplin o leer el Quijote. Así que me he puesto a releer el cuento La muerte más bella del 68 de Alfredo Bryce Echenique, que forma parte de su libro Guia Triste de París. Punto de Lectura www.puntodelectura.com


Hace casi 40 años que sucedió la llamada revolución de París. En el referido cuento, Bryce nos describe un poquito ese ambiente. Causa risa que el personaje principal recorre la capital de Francia para poder hablar con alguien sobre la película Bésame, idiota que acababa de ver y termina más solo que un gusano en un plato de tallarines en un París del 68 en la que ver filmes estadounidenses era politicamente incorrecto. No sé si ahora también, pero cada vez que estoy en Estrasburgo la cartelera de los cines está copada por películas francófanas. Esas son buenas artes para proteger el idioma.


En el cine elefante de Karlsruhe, el Filmpalast www.filmpalast.net , que está a unos metros de mi casa, la cosa es diferente: la cartelera está copada por películas americanas. La mayoría malísimas, de esas que impone el mercado estadounidense como cuotas a los cinemas de cualquier parte del mundo.


Pero yo visito normalmente el cine Schauburg www.schauburg.de . En las dos últimas semanas he visto algunas películas que me han agradado un montón. Entre ellas Kirschblüten – Hanami (1) de la directora alemana nacida en Hannover, Doris Dörrie, que es un poema al amor después de la muerte. Una justificación al pensamiento de „nunca es tarde para realizar un sueño o para iniciar una nueva vida“.


La historia es así más o menos: a un hombre se le muere la mujer que había dado la vida por sus hijos. Pero éstos ya son mayores y viven con su problemas cotidianos. Èl descubre que ella siempre tuvo sueños que no los llegó a hacer realidad. Como por ejemplo viajar a Tokio y bailar una danza nipona. Ambos tienen un hijo que vive en Japón. Ya muerta su mujer, él decide ir a hacer lo que su mujer soñaba en vida , como por ejemplo bailar esa danza nipona frente al monte Fuji, entonces se viste con la ropa japonesa con la que su mujer en su casa de Bavaria bailaba imaginándose estar frente al majestuoso monte. La historia pertenece al libro Kirschblüten – Hanami. Editorial Diógenes. www.diogenes.ch


Las otras películas que he visto son: Once. Romática y buena música (2), Unsere Erde (Nuestro planeta) Muy ecológica y fotos preciosímas Unsere Erde ; I`m Not There, sobre la vida de Bob Dylan, recomendable I'm Not There ; No es país para viejos, con un psicópata bien representado por Javier Bardem y no recomendada para estómagos débiles, No Country for Old Men (3); die Band von nebenan, película israelí, tierna y en contra de los estereotipos (4) ; Leergut, película checa con sopapos cubiertos al sistema capitalista (5); Märzmelodie, comedia alemana para pasar el tiempo (6) ; Dracheläufer, buena película pero no entendí lo que querían decir sobre los talibanes (7). Para terminar, no he ido a ver la película "El amor en los tiempos del cólera". La gente que la vio ha quedado decepcionada. Mejor me quedo con el libro.


Bueno, el día pasa, mañana iré otra vez al cine y por Semana Santa marchamos a casa de una amiga. La casa está en lo alto de una colina, desde cuya sala podré ver la llegada de la primavera acicalando un viejo castillo rodeado de viñedos. El pueblo se llama Schriesheim. No está muy lejos de Heidelberg, donde está la universidad más antigua de Alemania. Hacer senderismo por los montes cerca del río Neckar que tanto amaron los poetas Friedrich Hörderlin, Ludwid Achim von Armin, Clemens Brentano, Joseph von Eichendorff, el gran Goethe, Kurt Tucholsky, Joseph Victor von Scheffel, entre otros, es un acto mágico. Ya les contaré más. Espero no olvidarme.


lunes, 17 de marzo de 2008

QUIPU 1 / CUENTO GANADOR MARZO 2008

Hoy presentamos el primer cuento ganador del Proyecto QUIPU. Proyecto que nació bajo la iniciativa de uno, Gustavo Faverón, y, de todos (1). Hablar en grupo es más hermoso. QUIPU ha seguido recibiendo en las últimas semanas parabienes y adhesiones de gente de la blogósfera latinoamericana, desde Santiago de Chile hasta Alemania, desde Lima hasta Minneapolis.
Se recibieron sesenta trabajos de jóvenes autores (no todos llegaron a ser revisados, muchos de ellos se juntarán con otros cincuenta textos llegados en los últimos quince días). Los jurados encargados de esta primera selección fueron Javier Gárvich y Ernesto Carlín, quienes eligieron de común acuerdo los dos cuentos enviados por Julio Meza, subrayando sobre todo uno de ellos, "El árbol".
Julio Meza (Lima) tiene veintisiete años, es abogado graduado en la PUCP que ahora se a estudiar literatura en esa misma universidad. Ha publicado un libro de cuentos, Tres giros Mortales, en la editorial Casatomada que dirige Gabriel Rimachi. Administra un blog de crítica de rock llamado Atrapa la Luz
( www.atrapalaluz.blogspot.com ). Se seguirán publicando más poemas y relatos en Quipu . Así que sigan enviando sus trabajos a la dirección: gfaveron@gmail.com

(1) Kolumna Okupa, de Rocío Silva Santisteban; Borrones y Otros, de Vanessa Soldevilla; Club de Artes y Letras, de Laura García; Moleskine Literario, de Iván Thays, Libros, de Javier Ágreda, Lado B, de Juan Carlos Bondy, Haltestelle Iberoamerika, de Aune Hartmann, Ute Petsch, Maja Schweiger et al., Literatambo, de José Carlos Contreras, Gran Combo Club, de Silvio Rendón, Daniel Salas et al., El Lápiz y el Martillo, de Javier Garvich, Letra Capital, de Carlos Sotomayor, La Peña Lingüística, de Miguel Rodríguez Mondoñedo; José Antonio Galloso, de José Antonio Galloso; Notas Canarias, de Fernando Velásquez; Amores Bizarros, de Max Palacios; La Fortaleza de la Soledad, de Gabriel Ruiz Ortega; Tanque de Casma, de Ernesto Carlín; Letras Lesivas, de Luis Ángel Pardo; ; Mundo de Teatro, de Carlos Vargas Salgado; Enfrentados, de Jorge Malpartida Tabuchi
Puente Aéreo, de Gustavo Faverón; Quipu
, de Gustavo Faverón. Con la participación de la revista Variedades del Diario El Peruano, de Lima, Perú y el programa bilingüe Haltestelle Iberoamerika, de Karlsruhe, Alemania www.querfunk.de/

El árbol

por Julio Meza


Al este de un cielo de nubes blanquecinas, el sol se levantaba con su característico vigor matutino (parecía un hombre luminoso que se despereza exhibiendo una panza abultada) y, con su fuerza natural, lanzaba sus rayos amarillos que producían iridiscencias en las rocas de los cerros imponentes. Varios metros más abajo, en el pueblo, las tejas rojizas y las ventanas de las fachadas brillaban por el emerger de la mañana, y estos pequeños resplandores formaban raras constelaciones que podían verse desde las lejanías. En la plaza, la iglesia mayor proyectaba una sombra alargada, que aumentaba de tamaño hasta atravesar el asfalto, ingresar al jardín central y refrescar la banca de madera que acogía a un mendigo. A una cuadra, en la calle que conducía al río de aguas tranquilas, se encontraban las casas de las personas más pudientes, y, por ello mismo, el sector más cuidado y agradable de todo el valle. Una de esas construcciones, que se ubicaba en una esquina concurrida, era la del señor, un hombre de edad avanzada, pero con un cuerpo tan recio que daba la idea que los años, en vez de afectarle, le habían dado una fibra invencible. Frente a su puerta principal, por donde recibía las visitas de sus pares, se ubicaba el resultado de las décadas completas que había llevado en ese lugar: un árbol de raíces profundas, tronco grueso y firme, y ramas y hojas de una gran abundancia.

-¡Cuánto se demora este bruto! -dijo el señor, saliendo a la vereda para buscar al jardinero.

A una centena de metros, el jardinero venía caminando lentamente, como si reflexionara con paciencia antes de dar cada paso. Sobre su espalda encorvada, y en una bolsa de rafia, llevaba sus herramientas de trabajo, algunas ropas y un frasco con gasolina. “Pero qué rico”, pensó, luego de sentir el calor del ambiente en su cuerpo, y se puso a silbar. La melodía que brotaba de sus labios era en apariencia alegre, pero tenía una corriente subterránea que la tornaba melancólica y, en algunos momentos, hasta vertiginosamente triste. Por más que se esforzó (puso un dedo en su boca y junto los dientes), no logró evitar el aire oscuro de su música. “Parece que mi interior me manda un mala señal”, caviló, y, sin embargo, continuó soplando con ritmo.

Luego de pasar por una bocacalle, vio al señor, que exhibía un rostro de exasperación, y recién avanzó con rapidez, pues entendió que estaba llegando tarde. “Uy, el señor está amargo, creo”, pensó.

Ya delante de su patrón, bajó sus cosas y saludó con verdadero cariño: - Señorcito, buenos días. ¿Cómo se encuentra hoy?

-A ti que te importa cómo estoy -respondió el señor, agresivamente-. Debiste aparecer hace media hora.

-Sí, señorcito -dijo el jardinero, bajando la cabeza-. Pero no se moleste. Al fin y al cabo, he llegado ya, ¿no?… Dígame, ¿para qué soy bueno?

-Primero, la próxima preséntate más temprano -manifestó el señor-, porque de lo contrario no te daré ningún encargo -y, relajando su mal carácter, señaló el árbol-. Bueno, ¿ves a ese?

-Sí.

-Deseo que lo hagas caer.

-Pero… -dijo el jardinero, mirando el árbol por un momento- ese está sano y fuerte. ¿Por qué quiere que lo baje?

-¡A ti qué te interesan mis razones! -el señor volvió a encolerizarse-. ¡Sólo córtalo!

-Como desee, entonces -aceptó el mandado el jardinero -. Lo haré lo más pronto que pueda.

-Espera -agregó el señor, rascándose la cabeza-. Si te lo cuento, tal vez trabajes con más ganas.

-A ver, señorcito.

-Mira, sucede que mi mujer está muy enferma -se explicó el señor-. Ella cree que va a morirse. Pero considera que eso no sucederá hasta que cante un ave de mal agüero. Y en el único lugar en que se puede colocar dicho animal es en ese árbol. Por lo tanto, mientras no exista esa planta fregada, ningún pájaro se hará escuchar.

-Entiendo, señorcito -dijo el jardinero, respetuosamente.

-Bueno, ahora me voy -finalizó el señor-. Tú ya sabes cuál es tu trabajo.


Mientras se retiraba el señor, el jardinero se paró delante del árbol y lo observó con atención: bajo el sol intenso, tenía un aire majestuoso y superior, como de alguien importante. “Además”, pensó él, “parece de ánimo duro y voluntad terca, igual que un señorón de esos”. De inmediato, el jardinero se acobardó, y contrajo el cuerpo hasta juntar la quijada con el pecho. Su meditación le indicaba que debía mostrar respeto, pues no estaba tratando con un igual. Pero, luego de unos segundos, cuando se dio cuenta que estaba frente a un árbol, se irguió por completo, se colocó en posición de pelea, y dijo en tono desafiante: -No me vencerá ni con su porte de señor ni con nada… ¡Y, por último, no permitiré que le haga daño a la señora!

Desde la perspectiva del jardinero, el árbol pareció responder a sus palabras: se agitó ligeramente, como si se estuviera riendo ante su amenaza.

***

-Ha llegado su fin, señor árbol -se animó el jardinero, levantando la tijera de podar-. Ahora sabrá de mi oficio.

Con una minuciosidad de artista, y sobre su escalera de tablas, empezó cortando las ramas más pequeñas. Para alguien no avisado, daba la sensación de estar realizando una labor de peluquería, pero trasuntada a los oficios que requieren las plantas. Luego de varios minutos, cuando terminó con su tarea, y dejó al árbol sólo con su enramado grueso, tomó el machete y, con golpes secos, acabó por tirar abajo esos brazos marrones y tortuosos. Ya con la cara y el pecho manchados de tierra, descendió al suelo, y procedió a alistarse para el trabajo más arduo: quebrar el tronco. Empuñando el hacha con ambas manos, taló una y otra vez, deteniéndose a ratos para secarse la frente o beber agua de una botella de vidrio. Media hora después, cuando estuvo a punto de concluir (sólo faltaban tres o cuatro hachazos), cogió la soga y, con mucha precisión, la envolvió a un lado del tronco. A continuación, tiró con potencia, hasta que, tras el grito “¡cuidado abajo!”, el árbol cayó vencido, desplomándose en su integridad.

-Le dije que acabaría con usted -soltó el jardinero, dibujando una media sonrisa-. Ahora, pues, le verá el señor.

Mientras tanto, el sol seguía gobernando con ímpetu, lanzando sus rayos como si estuviera dando su bendición a todos los seres existentes. En respuesta, las flores abrían sus pétalos de colores, invitando a que cayera en su interior un poco de la energía dorada que se desperdigaba por el campo; y los animales, con una alegría que manifestaba éxtasis, jugaban desplazándose de un lugar a otro y produciendo una bulla disonante pero feliz. Más allá, sin embargo, un conjunto de nubes albas, que poco a poco se volvían de un gris espectral, acechaban como fantasmas, y expandían su sombra tensa por algunos bastos territorios. A su vez, el viento, al que parecía fastidiarle la claridad del día, exhalaba hacia el este, ora con suavidad, ora con una potencia desgarradora, y, lentamente, desplazaba a los copos blancos del cielo a su encuentro con el astro rey.

Avanzando sin apuro, el jardinero se acercó a la casa y tocó la puerta. De inmediato, el señor se asomó y preguntó qué deseaba.

-Ya he acabado, señorcito -dijo el jardinero, con tono alegre-. Puede decirle a su señora que esté tranquila. Nada le va a pasar.

-Oye, ¿pero tú estás bruto? -se molestó el señor y, estirando un dedo, indicó-. ¡El árbol sigue allí!

-¿Qué? -se impresionó el jardinero, volviéndose-. Pero si hace un rato…

-¡Cumple con tu tarea, so vago! -concluyó el señor, y lanzó la puerta.

Estupefacto, el jardinero le puso los ojos al árbol con una cólera ardiente: este se hallaba con su tronco intacto, sin ninguna rama quebrada y con su mechón de hojas llenas de una vida arrogante.

-No me la va a hacer -reventó el jardinero, colérico-. ¡A mí no me la va a hacer!

***

En las alturas, el viento, que había soplado con una fuerza liberada, empujó las nubes a lo largo de varios de kilómetros y, habiendo logrado su propósito inicial, oscureció el ambiente de tal forma que todo se tiñó de una coloración ceniza. Las nubes, con su naturaleza ahora abultada y negra, expedían relámpagos incesantes y provocaban la sensación que, de un momento a otro, iban a explotar definitivamente. El sol, del que ya sólo se podía observar cierto resplandor y algunas de sus lanzas brillantes, moría sin luchar y estático, como si le hubiera sido suficiente su breve reinado.

-Con que sí, ¿no? -dijo el jardinero, destilando amargura.

Con movimientos presurosos, se sacó la chompa y el polo, y se amarró una faja de cuero alrededor de la cintura. Sin esperar un instante, cogió su hacha y, furiosamente, golpeó el árbol en su base. Repitió este acto numerosas veces, sin descanso ni para tomar un suspiro, hasta que logró dejar al aire libre el centro mismo del tronco. “Tendrá que derrumbarse”, pensó el jardinero, dirigiéndose al árbol. “A las buenas o a las malas”. Prosiguió con rabia cada vez más intensa, como si, en un arranque de locura, estuviera asestándole cuchillazos homicidas a una víctima que estuviera a punto de fenecer. Luego de uno minutos, con su entorno lleno de astillas de madera, el árbol empezó a inclinarse hacia la izquierda. Dejando la cuerda que uso anteriormente a un lado, lanzó terribles puntapiés contra la corteza pelada, y, rechinando estremecedoramente, el árbol se derrumbó.

-¡Le dije que no podría conmigo! -se exaltó el jardinero-. ¡Se lo dije!


Para que no haya duda de su logro, siguió asestándole tajos al árbol caído. Con el rostro y la espalda húmedos de sudor caliente, le dio duro a las ramas, casi sin distinguir las que eran pequeñas de aquellas de mayor tamaño. En quince minutos, y exhibiendo unos dedos encallecidos, tuvo a sus pies un enorme montículo verde y castaño. A continuación, aprehendió otro instrumento (una sierra), y prosiguió con el tronco desnudo. Sin conmoverse por la savia que se derramaba a manera de sangre, hirió progresivamente el cuerpo tendido, hasta sacar la primera rodaja de madera. Tres cuartos de hora después, no existía tronco, sino una docena de trozos circulares. “Aquí no acaba la cosa”, le dijo al árbol, mentalmente, mientras jadeaba de cansancio. “Sólo ha comenzado lo bueno”. Con el hacha, y ya gastando las últimas energías que le restaban, destrozó las mencionadas piezas y, como si fuera a prender una fogata, acumuló leña en grandes cantidades.

-¿Quién es el señor, pues? -dijo el jardinero, completamente cansado, pero orgulloso-. ¡Ahora dime quién es el señor!

-A quién le hablas, loco de mierda -gritó el señor, desde el interior de su casa.


El jardinero se volteó y, dirigiéndose al señor con un tono triunfante, le anunció: -¡Ya terminé! ¡Venga usted a ver cómo quedó!

El señor abrió la puerta y quedó callado, como si estuviera pensando la manera más punzante de responder un insulto.

-¡Tarado! -soltó por fin, y agregó, con la mirada ardiente: -¡Pero si allí esta el árbol! ¡Acaso tratas de reírte de mí!

Estupefacto, el jardinero dirigió su cabeza hacia atrás y, con las articulaciones temblorosas, se encontró con el árbol íntegro, tan igual como lo había visto a su llegada.

-¡Carajo, termina de una buena vez o ya no querré más tus servicios! -indicó el señor, y se marchó golpeando la puerta.

El jardinero, jalándose de las crenchas, gritó: -¡No puede ser! ¡No puede ser! ¡No le dejaré vencer! ¡No!

***

Explotando por un frenesí agresivo que le enfermaba la cabeza, el jardinero no reflexionó un momento, sólo se dejó llevar por el mero arranque del impulso, y empezó a empapar el árbol con la gasolina que tenía en una botella. Mojó la parte más expuesta, desde las zonas visibles de las raíces, hasta el tronco que se perdía por las ramas entreveradas. Como su pulso era descontrolado (no aguantaba la irritación que le producía haber sido derrotado dos veces por el árbol), manchaba el suelo y sus propios pies calzados con sandalias. Finalmente, empapó un trapo y, llevado por un afán piromaniaco, lo encendió con fósforos y lo arrojó al árbol. Este ardió como una antorcha gigante y crepitó sin cesar, expulsando densas humaredas negras.

-¡Le derroté! -saltó de alegría el jardinero-. ¡Ahora sí le derroté! -y se puso a reír con carcajadas enajenadas-: ¡Ja, ja, ja! ¡Ju, ju, ju!


El sol había desaparecido por completo, sin dejar siquiera un modesto rastro de su presencia. Las nubes, que eran las nuevas gobernantes del cielo, lucían un negro intenso y, además de reventar en fragorosos espasmos de luz, echaban rayos como si fueran brujos vengativos. El viento, perdiendo toda coordinación, soplaba a mansalva, entreverándose en desorden y careciendo de un sentido claro. De un momento a otro, se escuchó un tronar más fuerte que todos lo anteriores, y, por un instante, se vivió una atmósfera paralizada, como si el tiempo se hubiera detenido en una fotografía.

Y, con violencia, llovió.

-¡No! -chilló el jardinero-. ¡No se liberará de esta!


Las llamas del árbol, que habían crecido considerablemente, empezaron a apagarse, y el humo brotó en espirales como una serpiente encantada de su canasta. El jardinero, sin esperar un segundo, y con movimientos torpes por la desesperación, echó más gasolina, y, por casualidad, se empapó el pecho y las piernas.

¡No le dejare ganar! ¡No! -aulló, y, sin ninguna razón, volvió a lanzar risotadas-: ¡Ja, ja, ja! ¡Ju, ju, ju!

En seguida, prendió fuego. El árbol se envolvió en llamas, pero no con el mismo brío de antes. Con lo ojos desorbitados, el jardinero se puso a silbar, como lo hizo al principio del día. Pero ahora, acompañado de su música, también bailó, dejando huellas largas sobre el barro. Su tonada era exaltada, y hacía referencia a un triunfo supremo y una alegría espiritual. Era una melodía propia de fiestas carnavalescas, pues estaba compuesta de partes jubilosas y de un ánimo lujurioso. Pero, en lo profundo, tenía un aire lúgubre, que indicaba la melancolía que produce la proximidad de la muerte. Sonaba como el anuncio festivo y resignado de alguien que, pese a sus esfuerzos sobrehumanos, fallecerá.

El jardinero bajó mecánicamente la cabeza y, sin sorprenderse, descubrió que tenía la bota de su pantalón encendida. Ya sin cordura, se bañó con lo que restaba de gasolina, mientras expedía a grandes aullidos:- ¡Ja, ja, ja! ¡Ju, ju, ju!


Y, con el cuerpo en fuego a lo bonzo, gritó-: ¡Así usted morirá! ¡Morirá!

Y corrió a abrazarse al tronco del árbol: fuego y fuego se unieron y, hasta consumirse, no se apagaron.

***

No pasó mucho (de dos a tres horas) para que las nubes se desgastaran en su trance líquido, pues, a medida que evacuaban agua, se consumían al igual que cuerpos afectados por la hambruna. En un momento dado, desaparecieron del horizonte, y se presentó, con un aura renovada, quien gobernaba en un principio: el sol. Este, despidiendo su luz brillante, impartió una vida nueva a la atmósfera, que se mostró caliente y acogedora como una madre. El viento, por su lado, se relajó por completo, y únicamente se hacía sentir a manera de una brisa fresca que relaja los rostros y mueve con sutileza las cosas dóciles.


El señor salió de su casa y se encontró con una escena pavorosa: desperdigadas por el piso, había un hacha, una sierra, una soga, un recipiente y una tijera de podar; más allá, un cuerpo calcinado, que sólo mostraba como piezas intactas sus dientes blancos, se exhibía con un gesto furioso y tenso; y, al lado, el árbol se levantaba íntegro y con la vida lozana del que ha renacido.

-Pero… -se dijo el señor, sorprendido-. ¿Pero qué ha pasado?


De pronto, un ave negra se posó sobre una de las ramas gruesas del árbol. El señor, que la había visto llegar, cogió algunas piedras e intentó espantarla.

-¡Fuera! -decía-. ¡Fuera, monstruo!


Sin hacerle caso al señor, el ave negra abrió el pico y, haciendo primero unos gorgoritos, cantó con una sencillez sublime. Luego, esquivando uno de los proyectiles que le lanzaron, se marchó.

-¡Maldita! -le gritó el señor, alzando los puños-. ¡Maldita ave de mal agüero!

***

En la noche, bajo una luna colmada de reflejos, la esposa del señor murió luego de un vómito de sangre.

domingo, 16 de marzo de 2008

NOTICIAS DE LA FERIA DEL LIBRO DE FRANKFURT (Y DE LEIPZIG)

Arriba, el libro más bello del mundo 2008/Das "schönste Buch der Welt 2008", "Geohistoria de la sensibilidad en Venezuela", realizado por Alvaro Sotillo, que hoy recibe el galardón "Goldene Letter" en el marco de la Feria del Libro de Leipzig. Abajo a la izquierda, el logotipo de la Feria del Libro de Frankfurt que tendrá como país invitado a Turquia del 15 al 19 de octubre de 2008.

Por José Carlos Contreras Azaña
Lo que más me sorprendió cuando visité por primera vez la Feria del Libro de Frankfurt, fue su enorme dimensión, reducida en algo por los servicios gratuitos de buses que transportan a los visitantes de un pabellón a otro; asimisimo me llamó la atención el precio de los platos a la carta en sus restaurantes, aunque en los chiringuitos exteriores repletos de salchichas alemanas con mayonesa se venden a precios accesibles, y además, elevó mi curiosidad y sorpresa el lujo y el servicio de primera categoría del Centro de Prensa, y, la cantidad de ejemplares que los periodistas nos llevamos a casa.

Hay tanto que ver, tanto que oír, tanto que comer, que en media jornada uno queda exhausto, molido, con ganas de abandonar el recinto de la Feria tan bien conectado a través de trenes y buses. Desde el aeropuerto o desde cualquier parte del mundo, la feria cuenta con una de las mejores conexiones de transportes del planeta. De la puerta de tu casa a la Feria. Aquí el futuro del transporte es presente.

Desde la Feria de Frankfurt, que cumplirá en octubre 60 años de existencia, nos envían las siguientes novedades referentes al mundo de habla hispana:

Guten Tag José Contreras Azaña,

Glitzer und Glamour bietet das Frühjahr mit seinen Filmfestivals in Cannes und Berlin. Wir bieten Buchverlagen Tipps, wie sie mit auf den roten Teppich kommen. Weniger glamourös, dafür aber lukrativ ist das EU-Förderprogramm "Kultur2007". Wir zeigen, was es der Kulturindustrie bringt und nehmen die Angst vor den Papierbergen. Außerdem stellen wir in dieser Ausgabe das German Book Office in New Delhi und den indischen Buchmarkt vor. Nicht zuletzt: Im Oktober wird die Frankfurter Buchmesse 60 - Anlass für uns, schon in diesem Newsletter eine Leseraktion zu starten: Wir würden uns freuen, wenn Sie uns Ihre persönliche Buchmesse-Geschichte erzählen würden!


Viel Spaß beim Lesen!

caroline vogel
A pesar de la carestia que sufre Cuba, el mundo editorial celebró la 15° edición de la Feria del Libro de La Habana, que fue visitada por más de 600000 personas. En el 2006, 255 editoriales cubanas publicaron 2606 títulos, informa Rolf Manfred Hasse, en la entrevista titulada Kuba: Wo eine Buchmesse zum Volksfest wird (1).
La Unión Europea, a través de su programa "Kultur", fomenta la traducción de autores europeos en otras lenguas europeas. Anualmente hay un presupuesto de 1,7 millones de euros. El proyecto durará hasta el 2013 y contará con algo de 400 millones de euros.(2)
La Fundación Buchkunst ha premiado con el "Goldene Letter",die "Schönste Bücher aus aller Welt"/el libro más bello del mundo, al libro venezolano "Geohistoria de la Sensibilidad en Venezuela", de la Fundación Empresas Polar, realizado por Álvaro Sotillo (3). Por otro lado, el escritor hispano-peruano Mario Vargas Llosa ha sido galardonado con el premio Freiheitspreis der Friedrich-Naumann-Stiftung, por su compromiso ante los varoles liberales y los derechos civiles en América Latina (4).
Existen más informaciones, pero apunto y traduzco las referentes a nuestra lengua.
Para terminar, les cuento que hace dos años visité la Feria del Libro de Lima, compacta, íntima, breve, con proyectos como Sarita Cartonera que me fascinaron un montón y gente linda de latinoamérica que me llenaron las manos de libros. Me traje uno de leyendas selváticas peruanas "Narraciones de la amazonía" de Roger Rumrill. Es una joya para mis alumnos alemanes. Cuando visito al elefante de la Feria del Libro de Frankfurt me llega la nostalgia y me acuerdo de mi hormiga de Lima. De su gente, de sus pasos, de sus libros regados como flores a la orillas del Rímac, que no es el río Main, el río que atraviesa Frankfurt y que cantaba Goethe.
En fin, ¡que vivan los libros que se palpan, que se huelen, que les salen "orejillas" o que se dejan llenar de garabatos! Que no se molesten los agoreros del Big Bang digital y la revolución en internet del mundo del libro. Les recomiendo leer la edición de Babelia de ayer sábado que abordó ese tema. Ya tengo las manos manchadas de tinta del diario El País, tras las siete páginas de "Literatura sin papel"(5)



4) Freiheitspreis der Friedrich-Naumann-Stiftung:
Mario Vargas Llosa insbesondere für sein Engagement für liberale Werte und mehr Bürgerrechte in Lateinamerika
5) Babelia 851. Páginas del 1 al 7. Diario El País. Sábado 15 de marzo de 2008.

sábado, 15 de marzo de 2008

RADIO Y LITERATURA

Portada del libro "47 minutos y 11 segundos en la vida de Marie Bender" del autor Rainer Juriatti, publicado en febrero de 2008 por la editorial Otto Müller y que ha sido presentado en la Feria de Libro de Leipzig y en Literadio( 1).

Por José Carlos Contreras Azaña

Radio y literatura han sido desde siempre un buen binomio arropado por la complicidad del oyente y la magia del hablador radial. Dicen que Samuel Bekett escribía obras de teatro para la BBC y que el poeta Dylan Thomas fascinaba con su poesía a las familias que se arremolinaban alrededor de un receptor.

Eran otros tiempos: sin internet, ni televisión, sin e-books ni blogósfera. Tiempos en que la radio resistía bromas de profunda corteza como la de Orson Welles que en 1938 a través de la cadena CBS escenificó una invasión marciana que puso los pelos de punta a la población.

Radio y literatura siguen ligadas íntimamente, pero forman parte de casi un club secreto de oyentes desperdigados sobre una inmesa oferta banal que ha convertido a la radio en una mera caja musical y de noticias.

Sin embargo, a pesar de este panorama siguen floreciendo proyectos por acá y acuyá que continúan avivando ese romance imperecedero entre la radio y la literatura.

Literadio en pleno trabajo en la Feria del Libro de Leipzig.(2)

En el marco de la Feria de Libro de Leipzig, una de las ferias más famosas de Alemania que se inició el jueves y que finalizará mañana domingo, las radios libres europeas de habla alemana están demostrando, que año tras año, consolidan su importante papel de agentes transmisores de un cada vez más creciente número de horas de producción de programas literarios. En este caso nos referimos al proyecto Literadio (www.literadio.org), que entre sus objetivos está archivar las voces de los participantes en las conferencias literarias de la presente Feria del libro de Lepzig, y, emitir algunas horas en vivo entrevistas y reportajes sobre las obras que se dan a conocer en esta feria.
La emisión de programas se inició el pasado jueves, y, autores como Eva Rossmann, Iris Hanika, Silvana Steinbacher, Martin Pollak, Bora Cosic, entre otros, han pasado por sus micrófonos. Los programas son emitidos en simultáneo por cuatro radios austriacas y por la red de Radios Libres de Alemania.
Por ejemplo, para mañana domingo 16 de marzo, Literadio cerrará la Feria de Leipzig con los siguientes temas:
Domingo/Sonntag. 16 de marzo de 2008:
07.00 - 09.00 (hora de Alemania) Repetición del programa del sábado 15 de marzo.Además se entrevistará a Monique Schwitter sobre su libro Ohren haben keine Lider. Georg Petz hará una lectura de su libro Unstillbare Wut. Y habrá una conversación con el editor Lojze Wieser sobre el paisaje literario de Croacia. Literaturlandschaft Kroatien.
14.00 - 16.45 - LIVE
*Entrevista con el autor Wolfgang Millendorfer, sobre su libro"Stammgäste".
*Heger Moritz:In den Schnee (Lectura)
*Ashis Nandy:Der Intimfeind. Verlust und Wiederaneignung der Persönlichkeit Gandhis ( Conversación y traducción de Lou Marin)
*Tema: Libro contra el audio libro (Reportage).

En estos tiempos, en que las tecnologías emergentes a través del ciberespacio está transformando el perfil clásico del libro, seguro que llegará el día en que las ferias de libros se visiten online. ¿LLegaremos a verlo?. Por ahora la radio, que también ha llegado a Internet, no ha sido dejada de lado. Esperemos que se exploten o se refunden sus canones, a pesar que suene a retroceso, en estos años en que si Gutemberg volvería a la vida se quedaría espantado con tantos lectores internautas.

( 1) Reiner Juriatti: "47 Minuten und 11 Sekunden in Leben der Marie Bender". Editorial Otto Müller Verlag Salzburg. Febrero 2008.
(2) Literadio. Link zu Literadio