La primera vez que escuché pronunciar con un aire sacramental el nombre Isabel Allende fue en Alemania. Además, me sorprendía mucho la devoción con la que leían mis amigos de estos lares el libro „La casa de los espíritus“. Sabía que Allende había nacido en Lima y que su apellido famoso llamaba más la atención que sus libros. En Lima leí poco de ella.
Ahora, acabo de leer „Mi país inventado“. El libro me lo prestó Eberhard, amable como siempre, y amante del idioma castellano. La honda tristeza con que Isabel Allende cuenta sus recuerdos sobre Chile en este libro me transportaron a sus años de niñez y juventud.
En „Chile en el corazón“, el capítulo más hermoso, Allende habla de su exilio en Venezuela y de sus dificultades como emigrante. En ese país, rico en petróleo, busca trabajo, pero le cierran las puertas. Ya rendida de cansancio por haber tocado tantas; aparece el alma de su abuela que le sopla al oído las primeras páginas de la novela que le hizo internacional „La casa de los espííritus“:
„El 8 de enero de 1981 comencé otra carta para mi abuelo, quien para entonces tenía casi cien años y estaba moribundo. Desde la primera frase supe que no era una carta como las otras y que tal vez nunca caería en manos del destinatario“
Me atrevo a decir que de no haber existido la barbarie de Pinochet (cuyo nombre me causa escalofríos), quizá no hubiéramos leído a Isabel Allende; tampoco a Roberto Bolaño, que se exilió en México después del golpe de estado en Chile. Lo digo, porque ahora que también leo, lentamente „Vida y destino“ de Vasily Grossman, este autor ruso no hubiera escrito su obra monumental sin la terrible existencia de Hitler.
Suena terrible, pero como respuesta a una situación penosa brota la creatividad. Dicen que Bolaño vivió, en una etapa de su vida, una situación cercana a la hambruna mientras escribía en una casita vieja de su hermana en Cataluña. Tenía hambre, poco dinero, y, lo dice él en una entrevista que dio a una televisión de Santiago de Chile, „siempre cabía la posibilidad de comerse a la perra“.
Isabel Allende cuenta en el capítulo „Chile en el corazón“ que en la rica Caracas de la década de los setenta, debió ganarse la vida con trabajos insignificantes. No pudo emplearse como periodista y cuando iba a buscar trabajo casi siempre escuchaba la misma frase: „vuelva mañana“.
Recuerdo que una vez me tocó dictar una conferencia sobre Isabel Allende y leer fragmentos de su libro „Paula“. En el diario de la ciudad se publicó una nota sobre el evento y ese día los teléfonos de la Volkshochschule de karlsruhe, lugar donde dicté la conferencia al alimón con Ute Petsch, no dejaron de timbrar. Todos pensaban que Isabel Allende venía a la cita. Fue una anécdota con la que pude, una vez más, confirmar el gran amor que la gente de este país le guarda a la literatura de Isabel Allende.
En este libro, „Mi país inventado“, su amor por Chile emerge por todos los párrafos.
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