Alemania ha vuelto a la normalidad desde este lunes, mejor dicho, casi toda Europa, porque –así quiera negarlo y lo quieran negar los que sienten repelús y alergia por el fútbol- el deporte rey sigue siendo el balón, el maldito balón que se metió en la red brasileña en el 50 del siglo pasado y nació la leyenda del Maracanazo que enlutó a los cariocas de sur a norte. Mejor lean a Fontanarrosa o a Galenao que cuentan cosas del fútbol como nadie.
La movida sociológica de este espectro futbolístico que paralizara a tanta gente como idiotas delante de una pantalla o pantallón, resultó para los mirones como el que escribe un apetitoso menú riquísimo en detalles.
He vivido, por ejemplo, tardes en que los alumnos pensaban más en los goles de Michael Ballack o en los cabezazos imaginarios de Alltintop. Y no había forma de romper el conjuro. Ha habido tardes en que me he presentado a clase en la que sólo habían mujeres, lo que, en honor a la verdad, no significa que las alemanas no caigan atrapadas en las redes (mejor dichola telaraña) del fútbol, no, no, no, al contrario, nunca antes había visto tanto furor de faldas a cada gol germano en la Eurocopa.
Lugar adonde iba, feminas a diestra y siniestra. Lugar adonde metía mis narices, mujeres rebosantes de colores de la bandera alemana, chicas compungidas de amor a la camiseta de la patria del poeta Heine.
Una de las anécdotas más curiosas que he vivido fue durante el partido España – Rusia. Frente a mí, en uno de los cafés más bonitos de Karlsruhe, en una de las calles más señoriales de esta ciudad pletórica de científicos e inventores, una chica rusa portaba vivamente la bandera de su país. Mientras los goles caían uno en uno al saco de sus paisanos, ella iba escondiendo la bandera roja, azul y blanca entre sus finas y blancas manos. En el tercel gol, molesta, y creo que refunfuñando, no estoy seguro, porque lea vi solo fruncir el ceño como un perro bulldog, ocultó el trapo como un ovillo de lana en el fondo de su bolso.
A los españoles los he visto alegres por las calles de Karlsruhe, pero son pocos, porque los puedes contar con los dedos de las manos. Cuando la roja ganaba era mínimo el ruido que producían las bocinas de sus coches. Sin embargo, aquellas noches en que los turcos escribían páginas de gloria con sus goles en el último minuto, sus conciudadanos en Alemania (quizás muchos entre ellos que no leen a Orhan Pamuk) y de esta ciudad amenizaban conciertos hasta pasadas las dos de la mañana.
A tanta euforia llega el fútbol, mama mía.
Por los cuatro puntos cardinales de la tierra de Sancho Panza, los españoles gritaron a todo pulmón los lemas de su selección. Claro que no todos quieren al fútbol por allá, gracias a Dios, pero una de las emisiones televisivas de la Eurocopa donde jugó España marcó un récord histórico de teleaudiencia. Creo que el ahora ex entrenador de la selección de España, Luis Aragonés -para mí uno de los pilares del palpitante rescate del fútbol bonito- junto al portero Iker Casillas, han logrado unir a su país dejando de lado por lo menos unos días los nacionalismos encontrados en suelo español.
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