TABACARIA
Não sou nada.
Nunca serei nada.
Não posso querer ser nada.
À parte isso, tenho em mim todos os sonhos do mundo.
Janelas do meu quarto,
Do meu quarto de um dos milhões do mundo que ninguém sabe quem é
(E se soubessem quem é, o que saberiam?),
Dais para o mistério de uma rua cruzada constantemente por gente,
Para uma rua inacessível a todos os pensamentos,
Real, impossivelmente real, certa, desconhecidamente certa,
Com o mistério das coisas por baixo das pedras e dos seres,
Com a morte a por umidade nas paredes e cabelos brancos nos homens,
Com o Destino a conduzir a carroça de tudo pela estrada de nada.
(Fragmento de la Tabacaria de Alvaro Campos, nombre con el que firmaba también Fernando Pessoa)
por José Carlos Contreras Azaña
Firmaba sus obras como Bernardo Soares, Chevalier de Pas, Alexander Search, Alberto Caeiro, Alvaro de Campos o Ricardo Reis. Ese desdoblamiento de personajes siempre me ha fascinado: ser tú y otros. Ser éste sin ser siendo aquel. Él lo sabía y se multiplicaba como se multiplican las singladuras cuando alguien arroja una piedra en horizontal al Tajo. Nació en Lisboa el 13 de junio de 1888, y murió, con apenas 47 años, en el año de1935, un año antes que empezara la guerra civil española. Su nombre: Fernando Pessoa.
Este viernes se conmemora 120 años de su nacimiento y todo Portugal lo recuerda. Especialmente aquellos que amamos su poesía cadenciosa, lírica y que te envuelve en un torbelino pletórico de tranquilidad y aguas cristalinas. El que lee a Pessoa nunca lo deja. ¿Dejaría un niño eterno de mamar la leche de su madre?.
Lisboa es Pessoa. Dice que el poeta amaba a esta ciudad como a nada en el mundo. Si tú amiga, amigo, nunca has estado en Lisboa, te cuento que, caminar por sus calles o sus campos cercanos con un libro de poemas de Fernando Pessoa –Pessoa lo llamaría un acto ridículo, porque hasta él mismo se ridiculizaba- es una de las actividades más placenteras que puede practicar un lector de poesía, no te puedes imaginar el sentimiento de lejanía del mundo que se puede experimentar estando pisando el suelo. Dándote cuenta que todo es vano: sólo la palabra es suprema, el amor, la luz, la tranquilidad.
Desde Barrio Alto, contemplando desde las nubes ese cuadro frente a ti que es Lisboa, desgranando con la mirada las esquinas y las alturas de la capital de Portugal, empezando por el Castillo de San Jorge hasta perderte por las esquinas oscuras de Alfama, el corazón se llena de almíbar. Hasta la mosca que pase por tu lado se dará cuenta de tu trance. Se van y sólo quedan las palomas que te acompañarán tu recorrido en la tardecina.
El sol de Lisboa es especial. La luz de sus atardeceres es especial. Se parece a ese sol amarillento de Lima. Ese amarillo intenso que cae como una lágrima sobre el asfalto o las paredes de las casas blancas te recuerdan a Pessoa. Mejor dicho, todo te recuerda a Pessoa: el río Tajo, la Plaza de Comercio, los montes cercanos a la ciudad, las callejuelas por donde vagabundeaba el escritor después de un aburrido día de trabajo en la oficina, el café donde tomaba una copa, la cuesta por donde subía.
Cerca de Lisboa está Cascais y hasta allí se iba a pasar algunas tardes (quizá pensando en Sudáfrica, donde estuvo algunos años). De esa zona, de Cascais, cerca a cabo da Roca, donde existe ahora uno de los faros más poéticos de Europa, cuenta una de sus historias que llevó al papel.
Pessoa también escribía en inglés, lengua que dominaba con mucho talento, y de eso vivía también, porque traducía. Leyó a Shakespeare, Allan Poe, John Milton, entre otros.
Lo más interesante de su biografía es la imagen de hombre solitario, tímido, duplicando su yo en un espejo. Borges aborrecía a los espejos y a los espermatozoides porque multiplicaban a los hombres. Pessoa se burlaba de él mismo y se multiplicaba. Le hacía feliz ser otros. Escribió tanto que hasta ahora hay descatalogados muchos de sus trabajos. Pensemos hoy en Pessoa , y leámosle. Nos hará bien.
Más sobre Pessoa: Fernando Pessoa (1888-1935)
No hay comentarios:
Publicar un comentario