Arriba, una foto de una homiga con un microchip: Fuente fotográfica http://www.theage.com.au/ , abajo, la portada del libro La metamorfosis, para niños.
Hoy me he levantado con ganas de leer a Kafka (1), porque Karlsruhe -con K de kafka-, la ciudad donde vivo, ha amanecido fría, nublada y lluviosa: ha sido una gran ocasión para refugiarme en los libros de Kafka. No vayas a pensar, estimado lector, que he amanecido como un coleóptero con las antenas disecadas y con las alas tendidas en la cama, no, sólo he abierto los ojos con el deseo de releer esa fascinante historia de La Metamorfosis. ¿Se acuerdan cómo empieza?:
Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto. Estaba tumbado sobre su espalda dura, y en forma de caparazón y, al levantar un poco la cabeza veía un vientre abombado, parduzco, dividido por partes duras en forma de arco, sobre cuya protuberancia apenas podía mantenerse el cobertor, a punto ya de resbalar al suelo. Sus muchas patas, ridículamente pequeñas en comparación con el resto de su tamaño, le vibraban desamparadas ante los ojos.
«¿Qué me ha ocurrido?», pensó.
Luego de embarcarme en el fascinante mundo kafkiano he tenido la osadía de releer algunos inicios de novelas donde se tiene como personaje a una mosca. Empecé con el cuento En la oscuridad, de Antón Chéjov(2):
Una mosca de mediano tamaño se metió en la nariz del consejero suplente Gaguin. Aunque se hubiera metido allí por curiosidad, por atolondramiento o a causa de la oscuridad, lo cierto es que la nariz no toleró la presencia de un cuerpo extraño y dio muestras de estornudar. Gaguin estornudó tan ruidosamente y tan fuerte que la cama se estremeció y los resortes, alarmados, gimieron. La esposa de Gaguin, María Michailovna, una rubia regordeta y robusta, se estremeció también y se despertó. Miró en la oscuridad, suspiró y se volvió del otro lado. A los cinco minutos se dio otra vuelta, apretó los párpados, pero no concilió el sueño. Después de varias vueltas y suspiros se incorporó, pasó por encima de su marido, se calzó las zapatillas y se fue a la ventana.
Y terminé con el cuento La mosca, de la escritora nacida en Nueva Zelandia Katherine Mansfield (3):
En aquel momento el jefe se dio cuenta de que una mosca se había caído en el gran tintero y estaba intentando infructuosamente, pero con desesperación, salir de él. ¡Socorro, socorro!, decían aquellas patas mientras forcejeaban. Pero los lados del tintero estaban mojados y resbaladizos; volvió a caerse y empezó a nadar. El jefe tomó una pluma, extrajo la mosca de la tinta y la depositó con una sacudida en un pedazo de papel secante. Durante una fracción de segundo se quedó quieta sobre la mancha oscura que rezumaba a su alrededor. Después las patas delanteras se agitaron, se afianzaron y, levantando su cuerpecillo empapado, empezó la inmensa tarea de limpiarse la tinta de las alas. Por encima y por debajo, por encima y por debajo pasaba la pata por el ala, como lo hace la piedra de afilar por la guadaña. Luego hubo una pausa mientras la mosca, aparentemente de puntillas, intentaba abrir primero un ala y luego la otra. Por fin lo consiguió, se sentó y empezó, como un diminuto gato, a limpiarse la cara. Ahora uno podía imaginarse que las patitas delanteras se restregaban con facilidad, alegremente. El horrible peligro había pasado; había escapado; estaba preparada de nuevo para la vida.
Osea que hoy ha sido para mí un día de insectos. No sé, pero les debo confesar que me fascina leer literatura con personajes alados. La metamorfosis me fascinó cuando era niño y la releía siempre, como aquellas personas que ven dos o tres veces la misma película, hasta que un día el libro desapareció, no sé si lo perdí en la calle o se lo comieron las hormigas. A propósito de hormigas, hace una semana, leía un informe (4) sobre el mundo de la mirmecología (5), y del trabajo del científico Edward Wilson, que se ha dedicado toda su vida a auscultar el mundo de las hormigas. Me quedé sorprendido al saber que las hormigas esclavizan a otras hormigas, que pueden decapitar a sus semejantes de un golpe, que las hembras pueden castrar a sus machos y, que cruzan los ríos de orilla a orilla juntándose las unas a las otras como una gran bola con un agujero en el centro. Pero eso es otro tema y yo sólo he querido hablar hoy de Franz kafka, y no lo he conseguido.
(1) Franz Kafka, Praga, 1883 - 1924.
(2) Antón Chejóv, 1860 - 1904
(3) Katherine Mansfield, 1888 - 1923
(5) Mirmecología, del griego myrmekes, hormiga.
No hay comentarios:
Publicar un comentario