¿Cómo es posible que a alguien le pueda fascinar la idea en forma hiperbólica de leer la literatura de un escritor a quien todavía no ha leído? ¿Qué barrabasada podría ser esa de escribir sobre un autor y alabarlo sin haberlo leído? Eso es lo que me está ocurriendo con el -lo llamo así por ahora- síndrome Le Clezio. Todavía no he leído un libro suyo (porque estoy aún preso de la impactante literatura del autor español Rafael Chirbes, a quien leo con beneplácito y cuando lo hago pareciera que el autor me contara las cosas frente a frente mientras pruebo sorbos de vino y me traslado al espacio tiempo histórico que hojeo con dedicación) y deseo ingresar a su obra con el mayor de los cuidados, porque creo que –luego de leer tantas críticas y perfiles sobre Le Clezio- es un autor universal, tanto que si comparamos a algunos autores latinoamericanos que sueñan con el Premio Nobel delante de su figura, nos llevaremos una decepción, tanto que creo, sin temos a equivocarme, que lo tienen muy verde, ya que, sin duda alguna, son pocos los que llegan a su nivel en el sentido de abarcar el universo con la pluma y el papel. No doy nombres, para no herir susceptibilidades, porque sé que algunos me leen y me releen, empero, ya todos los conocemos debido a que sus nombres siempre están en las quinelas del Premio Nobel, y, quizá, lo digo con pena, nos moriremos, y no habrán recibido el ansiado galardón.
Pero, hablaba de Jean-Marie Gustave Le Clezio, nombre que escuché vagamente una vez. Más tarde lo volví a reconocer, y, finalmente se repetió al escuchar los apellidos de los candidatos al premio Nobel de Literatura 2008.
Este fin de semana, en medio del desastroso manojo de informaciones que llegan desde Gaza, leí en la revista de literatura del diario bonaerense Página 12 un excelente perfil del escritor francés. Por lo tanto, con el permiso del respetado, recomiendo la lectura del mismo titulado „El buen salvaje“, publicado en el mencionado diario argentino y firmado por Juan Pablo Bertazza. Algunos párrafos transcribo abajo:
Hasta el jueves 9 de octubre de 2008, justamente, Le Clézio era en gran parte del mundo un escritor raro, es decir, casi un desconocido. Mientras que en Francia era un escritor rare, es decir, poco frecuente y, sobre todo, muy misterioso: a pesar de haber contado con importantes reconocimientos en ese país...
(...)
Jean Marie Gustave Le Clézio nació el 13 de abril de 1940 en Niza, proveniente de una familia que, en el siglo XVIII, emigró a Isla Mauricio, donde el autor pasó los primeros años de su infancia y a la que considera su verdadera patria dentro de su naturaleza nómada. Luego esa familia atravesaría una diáspora entre Nigeria (su padre), Trinidad y Tobago (su tío) y París (su abuelo materno). En bretón, Le Clézio significa “les enclos” (“los cercados”), algo bastante paradójico para un hijo de un inglés y una bretona que, antes de recibirse de licenciado en Letras y de que le robaran la única copia de su tesis sobre Lautréamont en el aeropuerto de Albuquerque, quedó fascinado de chico con El libro de las maravillas de Marco Polo...
Para seguir leyendo: El buen salvaje
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