La lectura de un texto puede contener un sinnúmero de interpretaciones, los cuales se van multiplicando cada vez que otros lectores van haciendo del texto una multiplicidad de ese mensaje.
Acabo de terminar de leer el libro "La cuarta espada" de Santiago Roncagliolo. Pero debo confesar, que como soy un lector polígamo, la he leído paralelamente con otros trabajos de autores españoles y latinoamericanos. Esas son mis formas de combatir -a veces, ojo, repito, a veces- los textos soporíferos; en otras ocasiones, el leer lentamente me acarrea una sensación de libertad y alegría interna. Así que los saboreo letra a letra, página a página, lentamente como un buen pisco peruano.
La cuarta espada, no es un libro de ficción, o una ficción a medias. No sé, por qué ahora me pongo a pensar en otro de los libros que leía, Doctor Pasavento, de Enrique Vila-Matas, cuyas primeras páginas abofetean el tema de la ficción y la frontera de la ficción. A Enrique Vila-Matas, lo dejo de un lado, porque sencillamente es un maestro. Sólo me quería hacer la pregunta de dónde empieza la realidad y dónde termina la ficción.
El libro de Roncangliolo me ha dejado una sensación vaga de lo que ha querido decir, de lo que ha intentado decir, con muy buenas intenciones. Roncangliolo nos ha llenado de datos -hasta de Wikipedia- y nos ha tratado de presentar la historia de Abimael Guzmán y Sendero Luminoso. No lo ha logrado. Èl mismo lo deja entrever. "La cuarta espada" es más que todo un reportaje periodístico alargado, y ese alargamiento le hace daño.
Hay cosas que me han gustado literariamente, especialmente cuando Roncagliolo, describe la infancia y el abandono por parte de su madre del niño Guzmán. El hecho, igualmente, de que nunca nadie lo haya visto llorar.
Me hubiera gustado encontrarme con un libro que hubiese visto los laberintos de Guzmán no de frente sino al revés. Un libro lleno de espejos como ventanas abiertas que me hagan entender no sólo a ese hombre, sino a mi país de origen, que es el Perú, país al que tanto amo a pesar de la lejanía. Pero Roncagliolo no es filósofo, es más que todo un joven gallinazo detrás de los datos para su trabajo periodístico, para su museo de minucias efímeras, parafraseando a Borges.
El libro es vacío para cualquier persona que quiera buscar en él la profundidad de un análisis de lo que ha pretendido relatar el autor. Empero, el libro entretiene. Hecho para un lector medio, casi alfabeto. Perdonen esta arrogancia. Pero como me lo acabo de leer tengo el mismo derecho del hipócrita lector de tocarle las nalgas.
La página 285 es muy interesante: la bibliografía. Igualmente la cronología que abarca desde la página 249 hasta la 284.
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