Las lecturas que me han llegado desde Perú -de eso informé en semanas pasadas-, otras que van cayendo como manzanas maduras de los árboles y las leo con cariño; y las clases que dicto, la serie de correcciones de exámenes de mis alumnos, y la producción del programa de radio Haltestelle Iberoamerika, han postergado mi entrada a este medio por el cual me dirijo a ti.
Qué importa la ausencia. Ya estoy aquí nuevamente, sorprendido que los días pasan velozmente.
Los días obscuros se han hecho más largos, pero dentro de unos días, desde la noche buena, la luz se hará más intensa.
Hay mucha gente que ama el invierno y su falta de luz. Dicen que esta estación se presta para las lecturas. Me imagino a un lector noruego leyendo las obras de Jostein Gaarder, el autor de El mundo de Sofía, amparado por la luz y el fuego de una chimenea; o a un lector ruso, de la Siberia, leyendo La guerra y la paz de León Tolstoi.
Yo no me quejo. No estoy en Siberia ni cuento con una chimenea ardiendo troncos bajo el fuego, la mía es a gas y suelo leer, durante este frío, sobre el sofá o la alfombra de la sala de estar o, en los trenes. Mañana por ejemplo estaré desde las seis releyendo Redoble por Rancas de Manuel Scorza, durante mi viaje a la escuela. Mientras lea, estaré atravesando los valles cercanos a la Selva Negra y trataré de contemplar en la luz de mis recuerdos los pastizales de las mesetas andinas.
Por aquí no hay llamas ni alpacas, ni cóndores ni vizcachas, pero entre los sajinos y venados que suelen sacar los hocicos por los árboles de estos bosques de Baden Wurtemberg, me queda la ilusión de pensar que nos han regalado la naturaleza y las ganas de seguir amando a la literatura.
Un abrazo para todos. Retornaré pronto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario