Me he quedado con la boca abierta cuando he visto las imágenes de espanto de la cornada sufrida por el torero Julio Aparicio la semana pasada en la Plaza de Las Ventas de Madrid (1). La imagen ha dado la vuelta al mundo. Hasta este momento en que escribo; bien, tranquilo, me agazapo y pienso; como soy un primate, me pongo del lado del primate. Pienso en el torero y me solidarizo con su tragedia. Pero cuando reflexiono unos minutos más, pienso en el toro. Indudablemente que el dolor que sufre el torero me corroe las vestiduras, pero ¿por qué siento lo mismo cuando el dolor lo siente el toro?.
Cuando era niño recuerdo que en casa había una colección antigua de la revista Life de mi abuelo (en Life acostumbraba a escribir sobre tauromaquia el escritor americano Ernest Hemingway) y allí leí por primera vez ese poema que me hacía entrar un gran miedo al cuerpo, y sobre todo, pena. El poema lo escribió Federico García Lorca y se llama „Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías“. En aquel entonces, pensar en el torero roto me entristecía debajo de la garua de Lima, a pocos metros de la Plaza de Toros de Acho, la más antigua de América. Con el tiempo acepté que la tauromaquia está ligada a la muerte y la muerte ligada al torero y a su circunstancia. Sin embargo ese chip que llevo desde la infancia, por haber ido a los toros desde los cinco años, se descarga y me deja la duda de que si vale la pena tanto desgarramiento, como si el mundo no acogiera tanta ya, y de la que no podemos presumir.
Quizá los toros no sean un buen camino para abordar la literatura, pero la literatura a veces se ha encaramado al mundo de la tauromaquia. Pongamos como ejemplo las obras de Tirso de Molina (La lealtad contra la envidia), Benito Pérez Galdós (Episodios nacionales), José Picón (pan y toros), Vicente Blasco Ibañez (Sangre y arena), Ramón Gómez de la Serna (El torero Caracho), Ernesto Hemingway (Fiesta) o los poemas de Gerardo Diego, entre otros. Elementos literarios que exteriorizan el mundo de los garapullos y los astifinos.
El literato escribe de lo que ve sin necesidad de compartir pasión por el hecho narrado, en este caso el mundo de los toros. Hemingway escribía sobre tauromaquía sin saber mucho de tauromaquía (a pesar que le apasionaba) pero lo hacía de una forma tan peculiar que cada línea por él escrita son una profunda cercanía al mundo taurino que transporta al lector a través del espacio y del tiempo, como lo hace Goya en sus cuadros con escenas tauromáquicas que te dejan ensimismado. Aunque Goya en su juventud practicaba la tauromaquia, y, Hemingway no. Lo mismo pasa con Picasso, cuyos dibujos muestran al toro como un tótem sagrado y un símbolo que lo apasiona.
Aquí si me detengo para hablar de la belleza que inspira a muchos el toro. Empezando conmigo. Para los que han visto a un toro de lidia pastando en el campo escondido entre los matorrales, esa visión megalítica es trascendental. Lo he experimentado en los campos de Cádiz, al sur de España, y sobre todo, los he visto desde la baranda de los chiqueros en la plaza más antigua de América, en Perú, la de Acho, en el Rímac. Dudo que toro y literatura sigan teniendo una simbiosis como antaño, porque los humanos a raíz de los descubrimientos científicos y experimentos en el campo de la psicobiología ya no estamos para esos menesteres. Dudo además que no se pueda suprimir de inmediato la costumbre de torturar en la arena a un animal mientras existan circunstancias legales que la permitan. De la supervivencia del toro de lidia se teme mucho si se llegan a suprimir las corridas de toros. Sinceramente lo dudo. Toros seguirán existiendo, sino pregunten a la ingeniería genética, aunque el tema de las patentes es asunto de otro costal. Hasta ya han empezado a clonar toros de lidia (2), y los ingenieros de las células madres quieren hacer revivir a un megalítico mamut.
En fin, las heridas que lleva el torero Julio Aparicio, las siento en mis entrañas, pero también no me dejan dormir tranquilo las heridas vistas en miles de toros en los alberos de mis recuerdos. Y esto da para rato. Mientras tanto España se verá inmersa en discusiones sobre su „fiesta nacional“. ¿Qué opinaría el escritor español Javier Marías al respecto?: a quien leo apasionadamente en su columna de los domingos en la revista del diario El País, y quien dijo algo así que „si los animales tienen derecho, seguro que también tienen obligaciones“.
(1) Video: La escalofriante cornada a Julio Aparicio - Videos
(2) Clonan un toro de lidia en España Edición Impresa El Comercio Perú
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