ESTE 25 DE ABRIL SE RECUERDA LOS 10 AÑOS DE LA MUERTE DEL POETA PERUANO JOSÉ WATANABE.
Fotos y gráficos: literatambo. Fotos del norte de Perú, exactamente de las orillas de la playa de Huanchaco. Trujillo, Perú. José Watanabe nació en Laredo (Trujillo). Fotos y gráficos, arriba y abajo: literatambo.
SIN CONOCERLO ANTES EN PERSONA, YA LO HABÍA CONOCIDO, PORQUE -ES REPETITIVO DECIRLO- NOS UNÍA LA MAGÍA DE LA POESÍA: EL FUE GANADOR DEL PREMIO POETA JOVEN DEL PERÚ, DEL QUE YO, AÑOS MÁS TARDE, RECIBIRÍA UNA MENCIÓN HONROSA. JOSÉ WATANABE FUE EL GANADOR DE UNA DE SUS EDICIONES, CUYA PRIMERA LA GANARÍAN CÉSAR CALVO Y JAVIER HERAUD. EL PREMIO POETA JOVEN DEL PERÚ FUE CREADO POR ANTONIO CORCUERA POR RECOMENDACIÓN DE SU AMIGO ALLEN GINSBERG.
EN LA DÉCADA DEL OCHENTA ME TOPÉ CON JOSÉ WATANABE EN LOS ESTUDIOS DE RADIO NACIONAL DEL PERÚ. ENTONCES HABLAMOS, PUES -DE QUE OTRA COSA PODRÍAN HABLAR DOS ENAMORADOS DE LAS LETRAS- DE POESÍA. NOS UNÍA EL PREMIO JOVEN POETA DEL PERÚ, CUYO JURADO CONFORMADO POR ANTONIO CISNEROS, CÉSAR CALVO Y REYNALDO NARANJO ME CONCEDERÍA UNA HONROSA MENCIÓN, DISTINCIÓN QUE ME EMOCIONARÍA TANTO EN AQUEL ENTONCES.
EL SIGUIENTE TEXTO LO ESCRIBÍ CUANDO ME ENTERÉ EN ALEMANIA DE LA MUERTE DE JOSÉ WATANABE. OSEA HACE UNA DÉCADA. LO RARO DEL ASUNTO ES QUE LO ESCRIBÍ EN UNA CIRCUNSTANCIA QUE SE REPITE DE MANERA INVERSA. AQUELLA VEZ QUE ME ENTERÉ DE LA MUERTE DE WATANABE, ESTABA OBSERVANDO EN ALEMANIA LAS CELEBRACIONES DEL ASCENSO DEL EQUIPO DE FÚTBOL DE LA CIUDAD DE KARLSRUHE. UNA DÉCADA DESPUÉS. AHORA, ABRIL DE 2017, EL EQUIPO DE KARLSRUHE ACABA DE DESCENDER DE CATEGORÍA. ESPERO QUE LES GUSTE.
José Watanabe ha muerto
Karlsruhe, Alemania. Abril 2007.
Me ha entristecido enormemente la noticia de la muerte del poeta José Watanabe. En Latinoamérica se tiene la mala costumbre de hablar bien de los muertos, digo esto porque seguro que a partir de hoy se escribirá mucho sobre el desaparecido vate peruano. Los enemigos de antes se volverán amigos. Los lobos de ayer se vestirán de corderos y ocultarán sus caninos y sus garfios y caerán en la mala costumbre de hablar bien de los finados.
Hasta aquí todo bien querido lector, empero, sino hablamos de nuestros muertos ahora que estamos vivos, quien lo hará cuando hayamos muerto, así que pido permiso para hacerlo en este blog y en estos momentos que me entran unas ganas inmensas de recordarle a pesar que hablamos ocho o diez minutos, segundos que significaron para mí imperecederos, largos e infinitos. Hablar con un poeta es hablar con Dios me dijo mi abuelo una vez y eso nunca lo he olvidado. Y nos debíamos un encuentro, porque nos prometimos encontrarnos.
Watanabe, terminada nuestra breve charla, me invitó a que pasara a visitarlo. Nunca lo hice. (Nos debemos una maestro). Desde entonces cada vez que me topaba con sus escritos los devoraba con devoción. Libros de él no tuve, pero los poemas o fotocopias que me habían caído en las manos se fueron deteriorando con el tiempo y por la infinidad de lecturas que les hice. El poeta y su poesía siempre estuvo allí, en mi casa de Lima o en mis casas de Europa. Hasta que lo publicaron en España.
Un poeta, a veces, deja faros prendidos en las esquinas de los cuartos de sus lectores. Así se había instalado el vate en mis territorios: como un gerifalte en llamas alumbrando la singladura de mis lecturas.
En verdad que la relación con él había empezado hacía mucho tiempo sin habernos dado cuenta: era más antigua, más remota, porque Watanabe había sido el ganador de una edición anterior del Premio Joven Poeta del Perú, cuya mención honrosa recibí años más tarde que él lo ganara. El norte de Perú lo llevábamos en el corazón, con su polvo y sus caballitos de totora. Desde allí mi honra, desde allí mi recuerdo y mi tristeza por José Watanabe.
Sin embargo la vida es dialéctica, rara, mounstrosamente rara. Porque de la tristeza que había dejado salir de mi voz mientras leía un poema de Watanabe en el programa de radio Haltestelle Iberoamerika (1), aquí en la ciudad de Karlsruhe, horas más tarde, atravesando las calles de la ciudad para volver a casa, me topé con centenares de hinchas del club de fútbol de la ciudad: el KSC.
Gritaban, saltaban, se doblaban como gatos con su banderas invencibles celestes y blancas. Desde la esquina de Markplatz, los pude contemplar alborozados, poseídos por la algarabía, la locura, la adrenalina que nos hace ocultar el sol con un dedo. Estaban todos perdidos como en un trace en un quirófano y no les importaba que la policía y los guardianes de la red de tranvías lanzaran por sus altoparlantes las órdenes de despejar los rieles del tren. Una congestión de tranvías nació entonces en la Kaiserstrasse, una congestión de chicas y chicos gritando alegres el ascenso del club de la ciudad de Karlsruhe después de nueve años de agonía y sufrimiento en segunda y tercera liga. En esas circunstancias pensé en el poeta y en su poema sobre Newton.
El anónimo (alguien, antes de Newton)
Desde la cornisa de la montaña
dejo caer suavemente una piedra hacia el precipicio,
una acción ociosa
de cualquiera que se detiene a descansar en este lugar.
Mientras la piedra cae libre y limpia en el aire
siento confusamente que la piedra no cae
sino que baja convocada por la tierra, llamada
por un poder invisible e inevitable.
Mi boca quiere nombrar ese poder, hace aspavientos, balbucea
y no pronuncia nada.
La revelación, el principio,
fue como un pez huidizo que afloró y volvió a sus abismos
y todavía es innombrable.
Yo me contento con haberlo entrevisto.
No tuve el lenguaje y esa falta no me desconsuela.
Algún día otro hombre, subido en esta montaña
o en otra,
dirá más, y con precisión.
Ese hombre, sin saberlo, estará cumpliendo conmigo.
(Del libro El huso de la palabra)
Watanabe ha muerto, y desde este lugar del mundo (en Alemania lo trataron ya hace muchos años y con éxito del cáncer) lo he recordado en medio de hinchas locos con banderas color de cielo que no eran del Club de Fútbol de Laredo sino del Karlsruhe Sport Club. En medio de este alboroto, tonto, pacato, no sé, por qué no sé si al vate le gustaba el fútbol, he avizorado Laredo (el terruño que le vio nacer) y he tenido unas ganas inmensas de contar a los amigos que llegué a reconocer en la multitud que un poeta de Perú ha muerto y que es inmensa la tristeza, vallejiana. Pensé, qué les interesa a ellos la muerte de un poeta, si ahora ya nadie lee poesía. Entonces me llegó la voz de mi abuelo que me dijo que los poetas nunca mueren. Que se marchan como los ángeles a escribir con el viento a través del cielo azul, azulito como el color de las banderas de este club de fútbol que recorre estos momentos las calles. Watanabe no ha muerto.
(1) programa de radio que sigo produciendo en Alemania a través de la frecuencia de Querfunk Radio de la ciudad de Karlsruhe, Alemania. http://querfunk.de/sendungen/haltestelle-iberoamerika
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