En la foto, la luz de la tarde tiende sus manos entre las hojas de los árboles y recuerda su reloj imaginario las horas entre las cabezas de los amigos dispuestos a respirar la caída del sol. Foto: literatambo.
"Tú eres tu propio refugio, que otro refugio puede abrir"
Buda
El sábado 10 de julio la selección de Alemania cerró con nota sobresaliente su presencia en el Mundial de Fútbol de Sudáfrica, y lo hizo demostrando su enriquecimiento con figuras cuyos nombre repite ahora todo el mundo: khedira, Özil, Boateng y los conocidos Klose, Schweinsteiger, Podolski, etc. Al día siguiente, el domingo 11 de julio, fecha que quedará grabada en el libro de oro del balompié de la tierra de Sancho Panza, España se proclamó campeón del certamen. Los españoles no se cansaron de festejar esa noche y lo siguieron haciendo el día siguiente cuando la gente de Madrid se volcó a las calles para recibir a sus jugadores como a héroes. Pero a lo que iba era que el sábado por la tarde-noche, mientras Alemania jugaba contra Uruguay (otra gran selección liderada por Diego Forlán), un grupo de amigos nos reunimos en el noroeste de la ciudad de Karlsruhe para compartir felices la apoteosis y la belleza del verano, pero sobre todo, la felicidad de reconocer en el espejo de la vida que hay gente tan linda y exquisita en este planeta por la que sincesaremente vale la pena vivir. Algunos ya se fueron, nos llevan la delantera, pero la vida sigue siendo ese solplo de ilusión que lo he vuelto a respirar el sábado entre árboles y bajo un sol germano caliente caliente como el corazón de la gente que estuvo allí.
Volviendo al fútbol. Que no se admitan dudas, Alemania ha cambiado mucho en su forma de juego, y sobre todo insufla emoción: el fútbol tiene la magia de actuar como un brujo, provoca a la masa, la controla, la revuelca de euforia, derrota lo pusilámine, le somete un lavado gástrico de un par de horas, le inyecta una infusión que le provoca el coma durante 90 minutos, le hace olvidar sus pesares, el fútbol se convierte entonces como un antídoto contra todo lo malo y lo feo y se llega a convertir a veces como un cubo de azúcar que endulza a muchos la vida.
La primera vez que vi que le metieron un gol a Alemania fue en la final de Mundial de Fútbol de 1966. Se la encajó Inglaterra en Inglaterra. Pero el gol fue el más discutido de la historia del fútbol y fue ese mismo gol del que me hablaba tantas veces mi padre que fue el primero que me lo mostró en repetidas ocasiones en un documental. Ese gol se ha convertido en un mito, porque el mito nace de la sensibilidad colectiva, y sustituye al razonamiento racional (valga la redundancia). Por eso unos le llaman el gol fantasma, un gol que fue pero no fue. Es el gol que se seguirá discutiendo todavía durante un par de generaciones o más. De eso ya se encargaba mi padre con sus amigos delante de unos vasos con cerveza en las cantinas marineras del puerto del Callao. Él sigue siendo un gran futbolero: testigo de ese gol fantasma que le rompió las redes a los teutones en los Londres en los años 60 cuando entonces mi casa de Lima era la casa de un hombre que amaba los goles de Pelé, Garrincha, Cachito Ramírez, los saltos a la cancha del Sport Boys o el Universitario de Deportes.
Ahora mi padre desde Lima se ha desvivido por este equipo alemán de Löw que hizo diabluras en Sudáfrica. No lo puedo ver ahora, pero mientras pasaba el mundial me lo imaginaba en su butaca saltando como un leopardo a cada gol de Müller, de klose o a cada jugada de Özil o Podolski. Dicen que los que nacieron en una familia futbolera nunca dejan el fútbol: pero la verdad es que conmigo se equivocaron porque a mi el fútbol, a veces, me aburre, me aburría, hasta que llegó el bendito día en que un par de amiguetes me dijeron que vaya con ellos a ver los partidos del equipo alemán en Sudáfrica. Ellos se llevaron a otros amigos, y los amigos de mis amigos llevaban todos juntos las banderas de Alemania: tanto va el cantaro al agua que...en los primeros días del Mundial con mi hijo, que tiene tres años y es alemán, colgamos juntos una bandera en el balcón que da a la calle. Entonces me di cuenta que nuevamente empezaba a invadir mis venas esa fiebre que cuenta con cuatro esquinas, un balón, 22 jugadores, y dos arcos, que en alemán significan sencillamente „Tor“.
Cuando los amigos parten, dicen que los recuerdos se quedan rondando por los lugares que estuvieron. Los recuerdos a veces son como los espejos que producen tu imagen, te imitan y detrás se imita todo lo que viviste. Cada vez que sueño. sueño en los amigos que conocí. Si parten a otras latitudes hay que desearles todo lo mejor. Foto Literatambo.
Desde entonces me han venido a la cabeza los recuerdos de los días de mi infancia al lado de mi padre en la tribuna norte del Estadio Nacional de Lima viendo jugar al Universitario de Deportes contra el Alianza Lima. Por aquellas épocas el Perú ya había hecho historia en México 70 y sentido el poder del Gerd „torpedo“ Müller y la maestría de Franz Beckenbauer. A pesar de eso, no me inquietaba el fútbol, me daba igual ver un gol o un autogol hasta que vi una vez a Maradona, hasta que ahora, después de tantas lunas y tantos calendarios, vi al equipo alemán con su arquero Neuer, con su defensa Lahm, con su medio Khedira, con su volante Müller. Un equipo de polendas.
En los días del Mundial de Sudáfrica vino a mi casa Ulrike, una teutona a quien no le gusta el fútbol. Maldita sea la providencia de la pelota, me dijo. ¿Por qué el fútbol tiene el poder de abarcarlo todo?. Fue la pregunta que soltó a bocajarro. Ulrike, una mujer de Baden a quien, repito, no le gusta nada el fútbol , pero que –aquí lo dialéctico de la historia- gracias al equipo alemán que ha construido Low comenzó a ver los partidos de la „Mannschaft“, y se ha comenzado a hacer preguntas sobre el juego, ha aprendido que existen delanteros y defensas y que, sobre todo, en el césped juegan once contra once y que casi siempre ganan los alemanes.
Este equipo alemán seduce, decía, vuelve a seducir especialmente a todos los que alguna vez tuvimos nuestro corazoncito futbolero sobre la hamaca y los libros bien abiertos en la mesa de la terraza. Ahora no nos podemos poner a despotricar porque las lecturas de „Dietario voluble“ de Enrique Vila-Matas y las relecturas de „Auto de fe“ de Elias Canetti y „2666“ de Roberto Bolaño se retuvieron y se volvieron lentas, a pesar que la lectura para muchos siga siendo el oficio más placentero de la vida, lo mismo podría decir mirándome al espejo, sobre el fútbol. El buen fútbol que desplegó esta oncena teutona enriquecida con la inmigración ha despertado un respeto global, cuyos miembros dejan bien claro que jugar al fútbol significa ante todo un excelso oficio colectivo, que produce en muchos un estado de coma durante 90 minutos.
Si Alemania está satisfecha con el papel realizado por la Mannschaft no me vayas ya a decir lo que ha armado Uruguay. A pesar que perdieron ante Alemania mis amigos de Montevideo me dicen que las vuvuzelas charruas se siguieron vendiendo como pan caliente, así como las banderas del país para el gran recibimiento del equipo celeste. Todo esto lo produce el fútbol, ¡mama mía!. En Alemania era una pasada ver a tantos jóvenes saltando de alegría por las calles y chicos brincando con las banderas alemanas. El fútbol es capaz de producir un orgasmo colectivo, pero sobre todo hacer olvidar las penas un momento, porque de eso se trata, de pasarla bien, porque sea como sea el fútbol sólo es un juego, un acto de sanidad mental, higiene de las masas, un juego perverso, a veces, y, raro, otras. Un auténtico baño de masas que hace tiritar de emoción a la sensibilidad popular, pero lo popular también puede ser víctima de la manipulación, ya que fútbol y manipulación de masas en algunas geografías, a veces van de la mano y no nos damos cuenta: a veces se deja de lado los hechos más importantes que nos pasa o que pasa en la vida impidiendo tomar conciencia sobre los problemas sociales y políticos actuales.
Está bien fútbol pero no tanto. Se ha acabado el Mundial ¡Qué viva el fútbol!. Que todo sea en favor del sano narcisismo nacional en el mejor sentido de la palabra y sobre todo para no olvidar nunca que todo esto es un juego y hay que celebrarlo y repetir que el fútbol es un deporte que se juegan 11 contra 11 y al final „a veces“ ganan los alemanes.
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