miércoles, 24 de septiembre de 2008

EL GATO BAJO LA NOCHE Y EL CAMINO DE LOS ANDES


EL GATO

Por José Carlos Contreras Azaña


Hay un cubo de basura en la esquina de su escritorio. Allí va acumulando los papeles rotos de las correcciones. La noche siempre llega cuando ella se levanta para gozar del día. Piensa entonces que se ha convertido en una suerte de vampiro de los tiempos modernos o en médico de cabecera de la madrugada. A medianoche sale a caminar y su perro imaginario, que no es nada más y nada menos que su sombra echa imagen en la foto suya que guarda en la cartera, no ladra. Esta noche no hay luna. No hay perro tampoco. Pero siente una música de violín que brota desde la ventana de una casa tendida a la orilla del río. Pasa un gato y detrás de él, otro gato. Los gatos también caminan de noche como ella, se mean, maullan, corren sobre los tejados o se acurrucan debajo de los coches mal aparcados al borde del camino que lleva al río. Ella siempre ha soñado en reencarnarse en un gato callejero. De esos que rebuscan entre los basurales y hacen el amor a gritos debajo de la panza de la noche. Además, porque un gato posee siete vidas, y duerme a pierna suelta cuando los ratones arman fiestas por su ausencia. Ahora mira una estrella pequeñita que se cuelga al lado de una rama que se levanta entre él y la estrella. La rama pertenece a un abeto vestusto y gigantesco. Pasan dos coches. Pareciera que uno le siguiera al otro. La noche se mueve lentamente, y ella con su perro imaginario recorre las esquinas donde no hay luz sino sombras por donde prefiere adivinar su silueta. Levanta la cabeza nuevamente para mirar el cielo y descubre otra estrella al lado de la estrella anterior. La nueva estrella parpadea, se mueve, se metamorfosea, porque no es una estrella común y corriente sino una irrespetuosa lágrima que acaba de definirse en un ojo. Las lágrimas también son imprudentes, piensa, como el gato que se ha ido de su lado y ella se siente completamente sola. Es de noche y ha olvidado el camino de regreso a casa. Se sienta y se seca la lágrima buscando a su gato. El río pasa y el violín ya no se escucha.

Como lo prometido es deuda, aquí les lanzo un par de fotos del periplo en los Andes. Arriba observamos toda la inmensidad del lago sagrado de los Incas: el lago Titicaca. La vista fue tomada desde el monte llamado "La horca del Inca", en la ciudad de Copacabana, Bolivia. No soy un Inca, y no es que me quiera ahorcar, pero es un lugar obligado de visita en esa ciudad. Arthur está sobre mis hombros. Cargarlo a tantos metros sobre el nivel del mar ha sido una experiencia fascinante. Sentir la admiración de tanta belleza de un bebé de 18 meses, aún más. Foto: literatambo 2008.

La foto de arriba pertenece al mercado artesanal de Aguas Calientes, lugar ubicado a unos kilómetros del santuaro de Machu Picchu. Aguas Calientes ha cambiado mucho y se ha encarecido. Muchos turistas peruanos se quejan de sus precios. Y los extranjeros, también. La mayoría que vive en Aguas Calientes son gentes que no nacieron allí. Pero hacen mucho dinero en ese hermoso rincón. Estuve en Aguas Calientes muchas veces, y antes era menos ligado al comercio. Hoy todo cuesta. Menos mal que todavía no cobran el aire que se respira. Foto: literatambo 2008.
Los lentes de las cámaras fotográficas no tienen pausa ante tanta maravilla que se presenta a los ojos de los viajeros en el viaje con dirección a la Isla del Sol, en el lago Titicaca. Arthur también observa con su ojo fotográfico las aguas y las singladuras del sagrado lago. Foto: literatambo 2008.

Vista de una ruina en la Isla del Sol. La caminata de casi una hora valió la pena. Los pies se cansan y el pulso se aloca. La Isla del Sol, en Bolivia, es una zona llena de silencio y magia. Dan ganas de quedarse a dormir entre sus templos de piedra y olvidarse del mundanal ruido de las ciudades. Hay que visitarla. Foto: literatambo 2008.



Finalmente llegamos a conversar con los cóndores (no los hemos visto allí, porque estaban en el Colca. Eso dicen las malas lenguas). Machu Picchu no cicatriza en nuestros recuerdos, por eso volvemos. Ya son trece veces, y, a la decimo cuarta no será la vencida. Machu Picchu es simplemente maravilloso. Babett y Arthur delante del Huayna Picchu por vez primera. Foto: literatambo 2008.

Esta es la Plaza del Cusco. El ombligo del mundo. Lo que más me fascinó en esta ocasión es haber caminado con Arthur y Babett tocando con nuestros dedos las piedras milenarias que rodean la ciudad. Lo más insólito fue sentir la alegría de un joven tunecino, que hicimos amistad durante el viaje con dirección al Cusco: al entrar en taxi a la capital de los Incas casi se pone a llorar de la gran emoción y vi sus ojos sorprendidos y escuché su voz diciendo: "Estoy en Cusco, no lo puedo creer".
El Cusco tiene magia, damas y caballeros, si lo visitas una vez, vuelves. Si no vuelves es que por que te has muerto. Foto: literatambo 2008.


Esto es Caracas, Venezuela, en el momento de tocar tierra. El fondo es maravilloso, el mar Caribe está allí gritándome que una vez, cuando tenía 17 abriles, me hizo vivir dos días en horizontal y no comía absolutamente nada por el mareo horripilante. Fue el bautizo de un joven marinero en su barco peruano fuera de las aguas del Pacífico. Foto: literatambo 2008.


Y estos gallinazos parecen que hacen pausa, luego de haberse devorado el techo de la iglesia. La foto la tomamos en Barranco, Lima, al lado del famoso Puente de los Suspiros. Hay más fotos de Lima, y no crean que estoy boicoteando la imagen de la capital de Perú. Estas son las primeras fotos que muestro. Ya seguirán más. Lo prometo. Y no tan feas como la instantánea de arriba. Pero esa foto lo tomamos en Lima. Perdonen. Foto: literatambo 2008.

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