miércoles, 14 de enero de 2009

¿QUÉ HICISTE EL DÍA QUE MURIÓ FRANCO?: RAFAEL CHIRBES Y EL REVERSO DE LOS HOMBRES

Gráfico: literatambo.

La imagen de Franco pervive en la historia de España. Yo la detesto. Durante mis primeras visitas a la tierra de García Lorca me causaba mucha gracia (y repugnancia) toparme con calles de nombre como „del Generalísimo“ o con algún monumento del dictador nadando en deposiciones de paloma. Me ocurrió en Galicia o en Andalucía, donde una vez, en la pequeñísima caleta de Isla Cristina, cerca de la frontera con Portugal, me topé a medianoche con una callejuela con esa denominación. Sentí horror. No sé si aún la calle siga llamándose así, pero, poco a poco, se van quitando de la geografía española arterias que llevan ese tufo histórico. Hasta en la ciudad que lo vio nacer, Ferrol, se ha sacado el monumento ecuestre del dictador de una plaza. Y apunto, como anécdota, que una vez cuando viajaba en tren por Madrid rumbo, creo; a Àvila, pasé cerca del Monumento de los Caídos y sentí un escalofrío espeluznante (tal como había sentido una vez al visitar el campo de concentración de Dachau) al pensar que allí había muerto tanta gente construyendolo, y, que allí también están los restos de Franco. Menos mal que alguien me llamó desde Alemania y tomé el móvil para contestar, porque así olvidé ese desaguisado momentáneamente, pero, luego nos preguntamos con mi acompañante alemana, cómo es posible que se haya construido una cosa tan pomposa y que allí descansen los restos del que provocó muerte y desolación en España. ¿Te imaginas un monumento así donde descansen los restos de Hitler en tu país, al lado de sus víctimas?, le pregunté. Ella se quedó lela.


En Lima, por ejemplo, se quitó el monumento del conquistador del Perú, Francisco Pizarro, del perímetro de la Plaza de Armas y se lo trasladó a un área recreativa que se extiende a la ribera del río Rímac. En Leipzig, noreste de Alemania, fue curioso toparme con la cara de Carlos Marx en el frontis de la universidad de esa ciudad. Pero Franco no es Marx. Con Marx ocurre un asunto muy gracioso en estos días, ya que se está volviendo a hablar de él a raíz de la crisis financiera internacional, y, además, los académicos lo están leyendo o releyendo ( en ese caso soy muy pesimista sobre el número de lectores que tiene la obra de Marx. El Capital es un libro difícil, pero, muy conocido, no obstante poco leído).


Me venía la imagen de Francisco Franco a la cabeza porque estoy leyendo simultáneamente dos libros del escritor valenciano Rafafel Chirbes, donde me ha llamado la atención que él toca el tema de la agonía y muerte de Franco entre sus personajes y lo entrelaza con sus vidas cotidianas. Por ejemplo, en ambos libros sale a relucir fuertemente la pregunta de qué hiciste tú el día que murió Franco.




La literatura de Rafael Chirbes es un hermoso descubrimiento (porque ninguno de los amigos españoles que todavía tengo me lo había recomendado ), como lo es también para mí el Premio Nobel de Literatura Orham Pamuk y Gustave Le Clézio. La narrativa chirbesiana me tiene poseído, porque a través de sus descripciones te mete en los linderos del pasado y juega como las olas del mar entre el pretérito y el presente con una forma fina, corrijo, de filigrana acompañada por monólogos y diálogos que te unen a una madeja que te transporta hasta la campiña o el desierto del espacio y del tiempo histórico que nos quiere contar. Por ejemplo, en el libro „La caída de Madrid“ el personaje principal se levanta un día de noviembre de 1975 y escucha por la radio que el Generalísimo sigue con vida, o mejor dicho, como lo recalca, sigue agonizando; en la novela „Los amigos“, durante el planificado encuentro de los viejos compañeros delante de una mesa, el personaje principal piensa en lo que hicieron en sus tiempos juveniles y en lo que son hoy y sale, por supuesto a relucir -en ese panorama de crisis existencial- la figura de Franco cuando se interroga el personaje principal en un monólogo, qué hacias el día en que murió Franco.


Los dictadores son la gangrena de la historia, porque sencillamente fueron abusivos. No obstante, la calificación de dictador encierra ciertos parámetros que provoca discusiones. Tal como la moral es un invento humano y lo bueno y lo malo es una noción cultural, lo que sería dictador para unos no lo es para otros (como el caso de Chile, donde existen opiniones a favor de Pinochet y hasta lo defienden en las calles). Sin embargo, aunque suene macabro, de la maldad, la miseria, y el horror, las dictaduras han producido –indirectamente- literatura y literatos. Ejemplos hay en demasía, apunto algunos: de las oscuras cavernas del Chile de los setenta salió más tarde Roberto Bolaño, el gran Dios y mito de la literatura que nos dejó en la flor de su juventud literaria y que ahora ha despertado la curiosidad de los lectores estadounidenses que están comprando 2666 como si fuera pan caliente. Si Bolaño no hubiera salido de Chile exabruptamente quizá no hubiese sido el Bolaño que tanto admiramos (El escritor ya se ha vengado de Pinochet dándole clases de marxismo en su obra „Nocturno de Chile“). Después de la barbarie nazi nos siguen asombrando obras como „Las benévolas „ de Jonathan Littell o „Vida y destino“ de Vasili Grossman. O „El niño del pijama a rayas“ o „la ladrona de libros“, todos basados en los horripilantes hechos acaecidos a raíz de un tipo llamado Adolph Hitler y sus secuaces.


Cuando me pongo a pensar en este asunto, mejor sería que no existiera esa literatura, empero, como dice Le Clézio; „los escritores no están para salvar el mundo, sino para sufrirlo“, en fin, la existencia para todos, es -a fin de cuentas- esa alegoría mitológica que Camus nos tiró a la cara con Sísifo y su piedra; y, mucha literatura, en el transcurso de los años se ha ido amamantado de la maldad y la sin razón. La historia de la humanidad está plagada de infinitos rincones oscuros que a veces la historia oficial no conoce o prefirió, prefiere o preferirá desconocer. Al fin y al cabo, me pregunto, ¿quiénes escriben la historia oficial? ¿los perdedores? o ¿los ganadores?, ¿cuántos Vasilli Grossman víctimas de los Stalin habrán muerto sin haber visto publicadas sus obras?


Pero allí está la madre literatura que nos hace reír y llorar. Desde niño aprendí que el mundo tiene muchos colores, como el arcoiris, y acepté la existencia humana, como me decía mi profesor de la primaria en mi viejo colegio de Lima parafraseando a Rosseau “el hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe“. Luego llegó la lectura de „El principito“ de la mano de mi abuelo, el bibliotecario, y encontré esta hermosa frase que me llena de esperanza e impaciencia: lo más hermoso del desierto es que en alguna parte hay agua.


Buenas noches señoras y señores, con el permiso, voy a seguir leyendo a Chirbes.


(1) „La caída de Madrid“. Rafael Chirbes. Editorial Anagrama. Barcelona 2000.


(2) „Los viejos amigos“. Rafael Chirbes. Compactos Anagrama. Febrero 2008.

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