miércoles, 27 de octubre de 2010

LOS INCIERTOS DESTINOS DE JAVIER ALCIBAR

Arriba, portada del libro „De inciertos destinos“ de Javier Alcibar. Ediciones Bassarai.

„En el mundo tanático que habitamos,
hay grandes reservas de Eros“.

Leer y entender la poesía:
Poesía y poder. Página 139.
Universidad de Castilla-La Mancha 2005.


Cuando me llega un libro, lo primero que hago es lavarme las manos (es una exageración aséptica y cursi que ya me sabrás perdonar querido hipócrita lector). Y si es de poesía, el asunto toma un matiz divino y mitológico. Recibir un libro de poesía es para mí un acto de honra. Me acaba de llegar un libro gracias al gesto de una persona que tiene como bandera recorrer el mundo como en su casa. Lo levantó de las tantas librerías que seguro colman la ciudad de Valencia. El libro pertenece al poeta bilbaino Javier Alcibar y lleva como título „De inciertos destinos“. Ediciones Bassarai.

No se trata para mí, el acto de leer, de magullar la obra de un autor y despanzurrar su arte poética, ni desmadejar sus versos y hacer leña sus lados flacos, no; para mí el primer contacto con un libro de poesía es un acto de contrición, donde mi yo se encierra con el poema, y, ese instante de lectura, me pertenece a mí y levanta un puente entre mi yo lector con la forma y el significado de la escritura del arquitecto de la palabra que es el poeta, en este caso Javier Alcibar.

Los críticos hablan de desterrar con un dedo la mala poesía, de dejar de mitificar e idolatrar al poeta, y ponen canones para espectorar la mala costumbre de calificar siempre de buenos poemas la poesía de los poetas consagrados, cosa que ocurre todo lo contrario en los poetas no consagrados. Empero, para un lector rapaz no es fácil caer en el error de apoltronar los poemas de un autor en un casillero, y tratar de clasificarlo a través de los puntos antes mencionados. En cuestión de gustos hay pan para rebanar. A uno le puede gustar Goethe, a otro Góngora. A uno no le puede gustar Pasternak ni Neruda, pero el hecho que le guste a todos una poeta no significa que nos deba de gustar necesariamente, como si se tratara de un acto de pleitesía al poeta. No hay que dejar que nos vendan poetas (con el perdón de los críticos) el poeta lo haces tú y te pertenece. No miento cuando digo que tengo debilidad por la poesía de Vallejo, Heine, Hörderlin, Kavafis, Pessoa, Adonais, Cobos Wilkins, quienes forman parte de mis papeles poéticos que suelo releer.

No hay que engañarnos, pero a veces la poesía suena hueca, de no fácil entendimiento, un arcano o galimatías que nos retuerce las cervicales, bueno, eso a veces; otras, su falta de claridad nos entierra la cabeza en un cementerio de la nada. No hay que olvidar que la poesía, como se dice, es la música de las ideas.

Pero decía que me ha llegado un libro, el libro de un autor que nació en Bilbao y en él sus versos se adentran en la carretera de la vida donde los hombres se enfrentan a semáforos que exhalan avisos que nos descubre la soledad y la condición humana: „Pobre del hombre / que no sepa reconocer / una mano / entre todas las manos“ (1). La vida es una curva peligrosa que no conoce fronteras: „El hombre mata al hombre / en nombre de un nombre“ (2). Hay un verso que me hace recordar a César Vallejo: „Pueda ser / que sólo sea un hombre diminuto / con un trozo de tristeza gris / sobre la espalda“ (3)

El libro „De inciertos destinos“ de Javier Alcibar contiene poemas que despiertan mi interés „Tengo una caja llena / de poemas en blanco / y sobre mis poemas en blanco / escribo día a día (...). Ha sido un acto placentero haber leído los poemas del libro. El poema „La última palabra“ lo acabo de leer en la radio y si el autor no se molesta apunto abajo sus estrofas. Que la poesía siga corriendo como lava el universo.

LA ÚLTIMA PALABRA

Javier Alcibar

Una palabra escrita con mayúsculas,
la palabra amor, por ejemplo.
El hombre mira debajo
y aparece otra palabra
la palabra Dios, por ejemplo.
El hombre mira debajo
y aparece otra palabra
y debajo de cada palabra
aparece siempre una nueva palabra.

Al final encuentra
la última palabra,
hombre, por ejemplo.
Está escrita sobre un espejo
con dos caras
y sin azogue.
Al otro lado del espejo, un hombre
mira debajo de una palabra.


(1) Hombre pobre. Página 20. De inciertos destinos. Javier Alcibar. Ediciones Bassarai 2002.

(2) Santas las guerras. Página 34. Ibid.

(3) Todo puede ser. Página 36. Ibid.

(4) La última palabra. Página 42. Ibid.

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