sábado, 9 de febrero de 2008

CÉSAR VALLEJO Y LAS OREJAS DE MI BURRO EN LA CATEDRAL DE ESPIRA

Abajo la portada del libro España aparta de mí este cáliz de César Vallejo. Editorial Rimbaud. (www.rimbaud.de)

Desde niño siempre me llamaron la atención las iglesias, especialmente las enormes y macizas, las amplias y abiertas, como el Titanic, que zarpó una vez de Cork, Irlanda (antes lo había hecho de Southampton) y nunca volvió.
Tal vez tuve esa manía porque vengo de una ciudad, en cuyo casco viejo existen un sinnúmero de iglesias, a diestra y siniestra.
Como soy hijo de una mujer católica hasta los tuétanos, siempre me hacía recorrer, agarrado de la mano, las 13 estaciones en la Semana Santa, que representan el martirio de Jesucristo hasta su subida al Gólgota.
Creo que yo iba más porque me encantaba después de visitar las catedrales, el arroz zambito o la mazamorra morada con picarones que me invitaba después como recompensa mi madre. Eso sí que valía una catedral.

Ayer estuve visitando la vieja catedral de Espira, en el estado alemán de Renania Palatinado. La catedral de Espira es la iglesia romana más antigua del mundo. Su fecha de construcción data de 1030. Cuando recorría sus enormes pilares y observaba las curvas de sus tejados me comenzaron a llegar las imágenes que una vez vi sobre las experiencias de la guerra civil española que vivió el gran poeta universal nacido en Perú, César Vallejo. En la película, Vallejo visitaba una iglesia y le preguntaba abiertamente a Dios el por qué de tanta muerte y miseria, dolor y sangre en tierras españolas.
Desde ese recuerdo atravesé las esquinas de Espira, escuchando a Vallejo los primeros versos de su poema Espergesia que me leía el profesor de literatura en el centenario Colegio Guadalupe:

Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.

Lo que más me molesta de la historia de Vallejo es que se fue a morir a París. Con el perdón de todos los emigrantes, porque sabemos que la muerte nunca te manda un telegrama para anunciarte tu último paso geográfico. Se le dejó morir en Paris. ¿Dónde quedaba el Perú?. Claro que Vallejo no tuvo la culpa: todos los dejamos allí, solo después de la batalla. Como le pasó al escritor que falleció en el exilio, Manuel Puig. Una mañana llegó el cable a una estación de radio argentina y la relatora dijo: nos acaba de llegar un cable que señala que ha muerto un escritor argentino y que se llamaba Manuel Puig. Lean abajo una entrevista al hermano de Puig (1).

¿Cuántos Vallejos abrá que estarán viviendo lo mismo?

Y lo que me molestó un poco, fue el reportaje Cucaracha Blues que escribió hace unas semanas la escritora colombiana Laura Restrepo sobre la fascinación que la tumba de Vallejo en Paris produce a los emigrantes latinoamericanos. No me gustó porque el editor del diario El País subtitula que es el único rincón donde los latinoamericanos no necesitan visa.

Pienso que es una falta de respeto a la dignidad de los seres humanos. A ese editor se le debe enviar a la escuela a recibir clases de Educación para la ciudadanía. En el fondo todos somos emigrantes y el ser humano no necesita visas para para moverse por el mundo. Las visas están en nuestras cabezas. Todo el reportaje trae un sinnúmero de adjetivos y calificaciones que denosta la dignidad de los emigrantes latinos en Francia. La Restrepo debe estar del otro lado de la cornisa. Lean abajo el susodicho reportaje y saquen sus conclusiones (2).

Para terminar, quisiera transcribir uno de los poemas de César Vallejo que hubiese querido recordar completamente en Espira, pero mi cerebro que padece los efectos del pre Alzheimer, me lo impidieron; pero no me impidió encontrar el libro en casa.

Fue domingo en las claras orejas de mi burro...

Fue domingo en las claras orejas de mi burro,
de mi burro peruano en el Perú (Perdonen la tristeza)
Mas hoy ya son las once en mi experiencia personal,
experiencia de un solo ojo, clavado en pleno pecho,
de una sola burrada, clavada en pleno pecho,
de una sola hecatombe, clavada en pleno pecho.

Tal de mi tierra veo los cerros retrasados,
ricos en burros, hijos de burros, padres hoy de vista,
que tornan ya pintados de creencias,
cerros horizontales de mis penas.

En su estatua, de espada,
Voltaire cruza su capa y mira el zócalo,
pero el sol me penetra y espanta de mis dientes incisivos
un número crecido de cuerpos inorgánicos.

Y entonces sueño en una piedra
verduzca, diecisiete,
peñasco numeral que he olvidado,
sonido de años en el rumor de aguja de mi brazo,
lluvia y sol en Europa, y ¡cómo toso! ¡cómo vivo!
¡cómo me duele el pelo al columbrar los siglos semanales!
Y cómo, por recodo, mi ciclo microbiano,
quiero decir mi trémulo, patriótico peinado.


(1) http://icarito.tercera.cl/medio/articulo/0,0,38039290_101111578_240410376,00.html

(2) http://www.elpais.com/articulo/narrativa/Cucaracha/blues/elpepuculbab/20080112elpbabnar_17/Tes/

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