miércoles, 4 de julio de 2007

DE DAVOS A JAUJA: "PAÍS DE JAUJA" DE EDGARDO RIVERA MARTÍNEZ




Cuando llegué a Jauja la primera vez, tendría 18 ó 19 años. Para mí era una vergüenza contar a mis amigos la fascinación que sentí al cruzar las fabulosas esclusas del Canal de Panamá, admirar los rascacielos de Houston, en Texas o auscultar los milenarios monumentos de Calais, en Francia, sin apenas haber conocido mi país. Así que decidí tomar una mochila y largarme de Lima, en el -aquel entonces- tren más alto del mundo con dirección a Huancayo. Es así como conocí Jauja.


La ciudad era pequeña (no la he vuelto a visitar) y hacía frío. Me alojé en una posada, que no era un hotel, sino un lugar para turistas nacionales en busca de un camastro con piel de oveja y un techo sobre la cabeza. Recuerdo que Jauja me pareció como una ciudad del Tibet. La gente vestía trajes coloridos y las mujeres llevaban mantas como el arcoiris y, lo más hermoso, el tiempo pasaba lento y cansado.


Lo que más me encantó fue irme a la ciudad de Paca, que se encuentra a unos kilómetros de Jauja. Paca posee una inmensa laguna que lleva su nombre y se parece más a un lugar de cuentos de hadas que una atracción para turistas. Allí alquilé una balsa y la recorrí avistando los cerros que tienen forma de cara de indio.


Años más tarde, llegó a mis manos para abrigarme del frío europeo y gracias a la gentileza de mis padres, la novela País de Jauja, de Edgardo Rivera Martínez, libro que acarició mis noches y que devoré como si estuviera nuevamente en ese pedazo de tierra clavado en la cabeza de los Andes. Debo advertir que su lectura a veces me fue pesada, pero me enfrentaba, sin duda, a una de las obras fundamentales del neoindigenismo peruano.


Jauja es el epicentro de la novela y su personaje principal, Claudio, es un jovenzuelo que pertenece a una familia académica peruana en decadencia, que llega de vacaciones a esa ciudad. Este mozo, que no habla quechua, tiene en su mundo dos mundos: siente en el alma la cosmovisión de lo mítico indígena y a la vez lee con asombroso La Iliada de Homero. A través de su mirada adolescente que envejece y madura, pasan diversos personajes entre diciembre de 1946 y enero de 1947, años en que la posguerra europea, dejaba hambre y desolación; España era víctima de la dictadura de Francisco Franco, al gobierno de Argentina ascendía Juan Domingo Perón tras elecciones, y épocas en que gobernaba los Estados Unidos, Harry S. Truman y el Perú , José Bustamante y Rivero.

Jauja, fue hace muchos años un lugar muy famoso, por su temperatura agradable, para la cura de personas "chaquetas", lo que podríamos traducir del lenguaje popular como enfermos de tuberculosis. El conquistador Francisco Pizarro ya se había quedado deslumbrado de su clima al llegar en 1533 a esta zona. En Jauja aparecen los demonios interiores del pimpollo Claudio y su despertar en el mundo del sexo, mientras sentimos que los personajes se van intercalando y exteriorizando sus mundos interiores. País de jauja me recuerda a La Montaña Mágica, deThomas Mann. El escritor alemán ubica como escenario de su novela a Davos, Suiza, lugar que fue famoso para los enfermos tratados de tuberculosis en el siglo pasado; Edgardo Rivera Martínez nos muestra a Jauja. 548 páginas para disfrutar con traquilidad.

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