jueves, 5 de agosto de 2010

ELIAS CANETTI, VALLEJO E HIROSHIMA




Arriba la portada del libro „Auto de fe“ de Elias Canetti; al lado, foto de César Vallejo.



„Contra el Fukú hay que cruzar los dedos y decir zafa“


Junot Díaz

La Maravillosa vida breve de Oscar Wao



„Hay golpes en la vida tan fuertes... yo no sé!“ escribió el poeta peruano César Vallejo en uno de sus poemas más conocidos: „Los heraldos negros“. Nefasto es el recuerdo que se avecina a mi puerta, porque este 6 de agosto se cumplen 65 años del lanzamiento de la bomba de Hiroshima: un tema tabú entre las víctimas y sobrevivientes. Un asunto que vuelvo a leer en todos los medios de prensa y que una voz como la de Hideto Sotobayashi, sobreviviente de esa hecatombe, lo recuerda, despellejando al silencio en respuestas entrecortadas en un reportaje que publica el diario alemán Süddeutsche Zeitung de la ciudad de München (1).


Hay impulsos ocasionales e inesperados que pueden dar una orientación a la vida“, leo en la página 28 del maravilloso libro „Auto de fe“. Eso de maravilloso no es una exageración, es simplemente una verdad tan igual como el teorema de Pitágoras que dice que en un triángulo rectángulo, el cuadrado de la longitud de la hipotenusa es igual a la suma de los cuadrados de los catetos:

c² = a² +b²


„Auto de fe“ es un libro fundamental para adentrarse en la literatura de Elias Canetti. La vez pasada, cuando conversaba sobre este autor, la persona que me escuchaba me mencionó el libro „La sombra del viento“ de Carlos Ruiz Zafón, cuando le contaba la aventura del chiquillo lector que se queda a pasar la noche en una inmensa librería para tratar de leer los diez mil volúmnes que alberga. Pero la oscuridad se lo impide y se pone triste, luego descubre con terror que por la noche los libros son hojeados por fantasmas. Diez mil libros y sobre cada uno un fantasma acluclillado (2).


A mi interlocutora le dije que leer a Carlos Ruiz Zafón es maravilloso (al menos el libro mencionado), pero le invité amablemente a probar suerte con Canetti y que la próxima nos encontraríamos para hablar no sólo de Ruiz Zafón o Elias Canetti, sino también sobre las pequeñas cosas de la vida, porque en las cosas más sencillas a veces se esconde la gran filosofía y porque „hay impulsos ocasionales e inesperados que pueden dar una orientación a la vida“.


No quería hablar sobre Canetti, pero el texto con que comienzo esta escritura me recuerda un poema de W. H. Auden „Funeral Blues“. Un poema tan triste como cuando un padre entierra a su hijo o viceversa. Toda muerte produce tristeza, pero esa tristeza, que es parte de nosotros en cualquier momento de nuestra existencia nos demuestra que hay algo sumamente dialético a la tristeza entre nosotros: la risa, la felicidad, la alegría, la algarabía, el regocijo, la buena suerte. Y eso lo sabemos porque conocemos su antípoda. „Funeral Blues“, me arrastra irremediablemente al poema tristísimo „Llanto por Ignacio Sánchez Mejía“ de García Lorca, y este a „Poema 20“ de Pablo Neruda, y este a „Ars vivendi“, de Juan Cobos Wilkins, y este a „Un hombre pasa con un pan al hombro“ de César Vallejo, y así sucesivamente hasta llegar a „!Adios! de Alfonsina Storni o „Mi piano azul“ de Else Lasker-Schüler.


Este último poema trata sobre un piano solitario escondido en un sótano porque arriba se despanzurran los hombres en plena Segunda Guerra Mundial, y a eso quería volver, porque le voy dando rodeos a la tristeza y al recuerdo, porque este 6 de agosto de 2010 se cumplen 65 años del lanzamiento de la bomba en Hiroschima y acabo de leer, decía, un reportaje a uno de los sobrevivientes de esa hecatombe Hideto Sotobayashi en el Süddeustche Zeitung. En aquel entonces Sotobayashi tenía 16 abriles y era un privilegiado entre los niños ya que en plena guerra muchos menores de edad estaban obligados a trabajar para la industria. El cuenta la anédocta de cómo se libró del trabajo y cómo llegó a ingresar al colegio, dice que los militares le preguntaron que dónde tendría un tercer ojo si Dios se lo diera, a lo que él contestó: en el dedo.


Cuenta además sobre el momento en que cayó la bomba. Recuerda que él estaba paradojicamente en la clase de química (hoy es químico de profesión, quizá por el amor odio que le produce el uranio). Recuerda además que rescató a su amigo Komyo, quien tenía, después de la explosión, una oreja colgando. Su madre murió tres dias después, a los 35 años de edad. Al final habla de sus miedos de una amenaza nuclear y del temor de que todos pendemos de un hilo cuando se habla de la existencia de un peligro atómico en el cual un dedo podría pulsar un botón y afectar a 6 millardos de personas. De eso tiene miedo Hideto Sotobayashi. Yo también. ¿Auto de fe? ¿Die Blendung? ¿Hiroshima? ¿Hay tantas preguntas qué responder?. De esas también tengo miedo.

Abajo les apunto el poema del poeta más más grande que ha dado la literatura en castellano: César Vallejo. Vallejo murió antes del inicio de la segunda guerra mundial, pero experimentó su tufo profético durante la guerra civil española.


LOS HERALDOS NEGROS


César Vallejo


Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma… Yo no sé!

Son pocos; pero son… Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán talvez los potros de bárbaros atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.

Son las caídas hondas de los Cristos del alma,
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema

Y el hombre… Pobre… pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.

Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé!



(1) Hideto Sotobayashi: Ich überlebte Hiroshima


(2) Auto de fe. Elias canetti. De Bolsillo 2006. Traducción y edicißon de Juan José del solar. Página 29.

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