sábado, 6 de marzo de 2010

BOLAÑO AL ALIMÓN, NOS VEMOS EN STOCKTON


A más conocimiento más tristeza

Eclesiastés



Dicen que los muertos existen cuando se los recuerda. A los poetas muertos les debe pasar lo mismo. Cada vez que les leen vuelven a la vida, entonces la muerte apenas es una palabra fea escrita sobre un papel en blanco. Un garabato de lo que Heidegger denominaba „la última soledad“.


Desde que estoy releyendo los libros de Roberto Bolaño, esta vez no solo (quién dijo que la lectura es un acto solitario) sino al alimón con una talentosa lectora alemana, estoy experimentando el enorme valor que puede guardar el arte de la lectura, acto con el cual he logrado ingresar a unas alamedas embadurnadas de éxtasis y provistas de iluminación. Eso lo provoca Monsieur Bolaño (gracias Roberto por haber tenido siempre en el corazón al más grande de los poetas peruanos: César Vallejo), porque –que duda cabe- , luego de haberme leído casi todo el boom y a no pocos escritores jóvenes latinoamericanos y españoles, el desaparecido autor chileno es uno de los más grandes escritores que ha dado hasta el momento la lengua castellana en el último medio siglo.


Estamos leyendo 2666, en mi caso releyendo, y descubro cosas y aspectos que en mi primera lectura no los pude notar, quizá anonadado por las cosas que me rodeaban en ese entonces, ya que leí el libro en una gira mochilera por los montes de Portugal, nadando por el Lago Azul cerca de Ferreira de Zezere, bajando por Tomar y Santarem y visitando una de las bibliotecas más hermosas que haya visto hombre alguno: la biblioteca de la Universidad de Coimbra. Todo lo nuevo que aparece en esta relectura de 2666 se debe gracias a que ahora leo al alimón, y, como resultado de estas lecturas, salen a flote nuevas opiniones, puntos de vista de todo tipo que si los pusiera frente a un espejo se multiplicarían en miles o millones. No hay que olvidar que un texto literario puede crear un sinnúmeo de interpretaciones de acuerdo al yo-lector: leo y después existo. Leo y después destruyo. Leo y después olvido. Leo y releo y no existo.


Me gustaría saber en estos momentos cómo van en sus lecturas los lectores del libro 2666 en Estados Unidos y en Alemania (que no hace mucho llegó a esos mercados en sendas traducciones). O los de México, cuyas páginas de 2666 lo describe en un lugar imaginario invadido de muerte (pero que existe) ubicado en el norte de la tierra del poeta José Tejada (1). Supongo que habrá lectores que se habrán asustado al enfrentarse a un libro con tantas páginas, y otros que se habrán detenido en la página 200 ó 350. Lectores hay de toda clase, pero tengo miedo de los lectores acostumbrados a leer literatura, no sé como llamarla, sospechosa (¿sospechosa de qué Jose Carlos?) quizá light, aunque la denominación provoque paroxismo. En literatura, parafraseando el lema que pusiera una vez en la puerta de su academía Platón y lo recordara el filósofo alemán que dicta cátedra a unos metros de mi casa, Peter Sloterdijk (2) se podría poner en la tapa de los libros „manténgase alejado de este libro quien no sea geómetra“. Escribo esta última línea con un afán más que provocador que arrogante. La literatura está abierta a todos, ¿pero quién cierra la puerta de la literatura?. El índice expurgatorio está en nuestro propio cerebro.


Leer a Roberto Bolaño (acabo de releer, además, el cuento Sensini del libro Llamadas telefónicas y el Gaucho insufrible) es un acto indescriptible, casi como un ejercicio religioso. La literatura de Bolaño es literatura de otro planeta. Este hombre era capaz de hacer literatura hasta con las piedras y las pestañas de un conejo corriendo al lado de un tren. Bueno, les dejo aquí, es que tengo que seguir con mi lectura al alimón y ponerme al día con otros libros. Nos vemos en Stockton (3).



(1) Léase No me preguntes cómo pasa el tiempo de José Emilio Pacheco. Página 100 y 101.


(2) Léase de Peter Sloterdijk su libro Esferas. Página 21, además, Crítica de la razón cínica.


(3) Léase Soldados de Salamina (página 177) de Javier Cercas que le atribuye a su personaje llamado Bolaño esta forma de despedida.

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