martes, 3 de junio de 2008

LA GRAN INJUSTICIA DE LA HISTORIA DEL FÚTBOL

RUEDA LA PELOTA: MALDITA PELOTA

Por José Carlos Contreras Azaña



En las Olimpiadas de Berlín de 1936, cuando Hiltler explayaba su sombra por Alemania; „Manguera“ Villanueva, el futbolista peruano, negro, cenceño y habilidoso, que nació en el barrio en que viví, Rímac (Lima), le metió dos goles magistrales a la selección de fútbol de Austria, lugar de origen de Hitler. Con ese partido, que se jugó con prolongación y contó con la algarabía de las tribunas por el equipo de los Andes, Perú eliminó a los austriacos.


Muchos cuentan que Hitler no lo soportó y entre gallos y medianoche (no contamos hasta ahora con datos históricos y fehacientes que revelen el por qué, excepto el dato del comité de competición que redactó un informe con mala saña ) se anuló el partido. Perú se negó a jugar la repetición del encuentro y se retiró. De esta manera se cometió la más grande injusticia que se haya cometido en toda la historia del fútbol.


No existen archivos visuales sobre la gesta de los peruanos, llamados en aquel entonces con un apelativo que lo dice todo:„el rodillo negro“. Sencillamente, valgan verdades, la historia les debe justicia. Todavía sobre el césped del estadio de Berlín deben estar jugando al fútbol las sombras relucientes de 'Lolo' Fernández (un gol), Jorge Alcalde (1 gol) y Alejandro Villanueva (2 goles) y desde las tribunas se oyen por las noches de luna el grito de gol que salieron de sus pulmones y se escucharon por radio hasta Perú.


He querido recordar este hecho, único en la historia del fútbol, porque ahora que se inicia la Eurocopa, que enfrenta durante casi un mes y en cuatro grupos a los 16 mejores selecciones europeas en diversos escenarios de Austria y Suiza, es hora de que se conozca por todo el planeta esa gesta de once chicos peruanos que dejaron boquiabierto al Führer.


El fútbol es uno de los deportes que levanta más pasiones en el mundo: el nuevo opio del pueblo, lo califica Enric Gonzáles, parafraseando al Manuel Vásquez Montalbán. Sea como sea, el fútbol es un deporte en donde pueden haber sorpresas y los pequeños pueden ganar a los favoritos. Si siempre ganaran los mismos el fútbol sería aburrido. Allí está su singularidad.


Además, se puede practicar hasta sin zapatos, y, hasta sin pelota de cuero. Antes, en muchos lugares de América se practicaba con pelotas de trapo y hasta hace poco con la tapa de las bebidas. Se toma dos piedras y ya está el arco. Se prende la televisión y se está desde una butaca desde Medellín espectando un partido del Getafe contra el Bayern o el Boca Juniors contra el Cienciano del Cusco. Se va al estadio y mientras ves a 22 jugadores detrás de la pelota te enteras a través de la pantalla gigante del estadio el resultado de otros partidos, o, escuchas paralelamente otros enfrentamientos por un transistor.


En Lima conocía a un chico que desde que se levantaba y hasta que se iba a la cama jugaba fútbol. Murió pobre -soñando en ser „Manguera“ Villanueva“- abaleado cuando pretendía robar materiales de construcción en la oscuridad de la noche para subsistir. Así también murió Abdón Porte, pero no robando, sino que le robó el corazón a la afición del Nacional de Montevideo una noche de 1918 cuando decidió quitarse la vida con un disparo sobre el mismo césped que unas horas antes había sido testigo de su arte futbolero. Se mató porque temía que el próximo año lo reemplazarían en el medio campo.


Mi padre me cuenta la historia del Maracanazo como si lo hubiera vivido. Esa alergia de muerte que recorrió Brasil de sur a norte, donde Uruguay derrotó a Brasil en la final del Mundial de 1946 cuando los periódicos para el día siguiente ya titulaban antes del partido „Brasil campeón“.


Pero mi padre si sobrevivió a la catástrofe del estadio Nacional de Lima, donde murieron más de 300 personas. Ese día se anuló el gol del empate de Perú ante Argentina. Faltaban unos minutos para el final y la gente se alteró.La policía tiró gases lacrimógenos a las tribunas. Mi padre no quiso escapar de los gases por las puertas del estadio, que estaban cerradas, sino se bajo al campo de fútbol llevando en los brazos a mi hermano de siete años. Era el 24 de mayo de 1964.


El asesinato, en 1994, del jugador colombiano Andrés Escobar, quien había marcado un autogol con la casquilla de su país en Mundial de Fútbol jugado en Estados Unidos, conmocionó a mucha gente. Inclusive, la guerra que duró casi una semana y que dejó 3000 muertos entre Honduras y El Salvador en 1969, después de que sus respectivas selecciones jugaran un partido de fútbol, fue una historia que preocupó a muchos.


En Irak, lo cuenta Luis Prados, el fútbol ha sido capaz de unir a Suníes. Chiíes, turcomanos y kurdos, y juntos, ganar la Copa de Asia ante una final de polendas contra Arabia Saudí. Once jugadores pudieron hacer feliz a un pueblo que se siente invadido. El fútbol no tiene nada que ver con la guerra, pero se la huele, es horrible decirlo, pero allí están las Malvinas y esa mano de Maradona que para todo latinoamericano tuvo un sabor de venganza contra Inglaterra.


Para terminar, el fútbol también puede ser loco, loquísimo. En Alemania hay un equipo de nombre Hoffenheim. En 2007 jugaban en la Regionalliga, la tercera división alemana. Jugaron en la segunda división hasta mayo y acaban de ascender a la Bundesliga y se medirán, dentro de poco, contra equipos como el Schalke 04, Bayern München y el Borussia Dortmund. ¿Cómo lo han hecho? ¿Cómo lo harán?, porque su pueblo de algo más de 3000 habitantes posee un estadio de club de barrio.


Son cosas del fútbol. Muera el fútbol. Viva el fútbol.


Rueda nuevamente la pelota. Maldita pelota.

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