domingo, 23 de agosto de 2009

LAS LECTURAS DE UN LECTOR DE NOMBRE ADOLF



A la derecha, portada del libro "Hitler´s privace library, the books that shaped his life" de Thimoty W. Ryback.

Ya lo he dicho en otras oportunidades, la primera vez que escuché el nombre de Hitler fue en Lima, cuando un jovencillo que no he vuelto a ver más, me contó que leía el libro „Mi lucha“. Recuerdo haber ojeado ese librillo, haber leído algunas páginas que, dicho sea de paso, me aburrieron. ¿Que más se le podría pedir a un curioso pequeñuelo que andaba fascinado con las aventuras de la lámpara de Aladino o los ataques de Mobi Dick?.


Recuerdo que el libro, que era muy enclenque de páginas y tenía las hojas amarillentas por la humedad de la capital peruana, me pareció „raro“, porque en esencia un libro que defendia la supuesta superioridad de algo -lo cual a mis tiernos diez u once años ya llegaba a comprender-, sencillamente, me importaba un comino.


En Lima tuve la suerte de amamantarme de los diversos colores culturales de la gente de mi infancia. Hermosa y rotunda delicia que empapó mis días de alegría en la capital de Perú. Desde el hermoso colegio primario „España“, que se levanta frente a la Alameda de los Descalzos que mandara a construir el virrey Amat, hasta en el glorioso primer colegio del Perú, „Nuestra señora de Guadalupe“, y luego la universidad y mis trabajos en el exterior, siempre he gozado de la felicidad de la belleza de lo distinto y la curiosidad impertérrita de aprender de los otros. En conclusión existe una sola raza: ser humano.


Hitler tenía inmensos mounstruos interiores que le hacían posiblemente sentirse un ser tristemente desalmado y quizá por eso leía no tan poco buscando como un jabato la piedra filosofal que aclare su interior tembleque y su exterior de plástico que, al fin y al cabo, transtornaban su conducta (¿cuántos Hitlers andan sueltos todavía?). No se puede saber a donde se va si no se sabe de donde se viene. Pongo a colación todo esto porque sucede que hace unos meses se publicó el libro Hitler's private library, the books that shaped his life (La biblioteca privada de Hitler, los libros que moldearon su vida),en donde se aborda la figura de este personaje desde el punto de vista del Hitler lector. Sí, Hiltler era un lector de los más raros.


Hitler, que se hacía llamar el superhombre (Übermensch), término que utilizaba Friedrich Nietsche en su libro „Así habló Zaratrusta“, tenía cantidad de libros y léía mucho. ¿Qué puede inducir a una persona que lee mucho a llevar a cabo hechos excecrables?. Tras sus actos, se llega a la triste conclusión de que la lectura, no necesariamente hace del ser humano un hombre sabio, porque sabio, sencillamente, es aquel hombre al que se le suma su parte cognitiva y su parte moral y hacen de él un ser dispuesto a respetar el equilibrio de la naturaleza o a sentir con grandilocuente tacto cuando está a punto de sobrepasar la línea invisilbe que proteje a su prójimo. Hay tantos que leen tanto, pero sin embargo son tan proclives a la imbecilidad.


Hay quien no les interese lo que haya leído el mencionado personaje, pero Timothy W. Ryback, el autor del arriba mencionado libro, se ha tomado el tiempo para husmear y rastrear como un topo las lecturas de Hitler. Cuenta, por ejemplo, que en el libro del filósofo y profesor alemán Johann Gottlieb Fichte (1762-1814) Hitler se detuvo en una sentencia la cual subrayó muchas veces: "Dios y yo somos uno. Expresado, simplemente, en dos oraciones idénticas. Su vida es la mía; la mía es la de él. Mi obra es su obra, y su obra es mi obra". Ya sacarás tus propias conclusiones hipócrita lector de tan soporíferas líneas.


Se calcula que los libros que llegaron a sus manos fueron 16.300, aunque nada asegura que los haya leído todos. 7.000 de esos libros trataban de asuntos militares, y 1.500 eran obras sobre arquitectura, teatro y pintura, un millar de simples novelas populares y panfletos políticos, así como obras para la cría del pastor alemán.


Entre los libros que se llevó a su último refugio en Berlín fueron diversos tomos de ocultismo como "Las profecías de Nostradamus" o una obra titulada "¡Los muertos viven! Pruebas irrefutables de hechos" y un ensayo sobre Parsifal. Aunque nos sorprenda, Hitler tenía en su biblioteca El Quijote, Robinson Crusoe y las obras de Shakespeare, y, se asegura que no las leyó todas (Entre ellos El Mercader de Venecia).


Otros de los títulos que llenaron su biblioteca es una traducción al alemán del tratado The passing of the great race (La caída de la gran raza) de Madison Grant, el cual era para Hitler como la biblia.


Además de El judío internacional de Henry Ford o La amoralidad en el Talmud; le gustaban mucho las enciclopedias y los almanaques para presumir e impresionar. Y este libro, que me ha llamado mucho la atención: El arte de convertirse en orador en pocas horas.


Pese a lo que hacía creer, Hitler leyó poco a Nietzsche, a Schopenhauer -cuyo nombre escribía mal- o a Fitchte. Lo que Ryback encuentra en el canon hitleriano -los ladrillos fundamentales de su pensamiento filosófico- es una serie de repulsivas obras racistas y unos libros de ocultismo y seudociencia (como Magia: historia, teoría y práctica, de Ernst Schretel, que Hitler subrayó profusamente). En cuanto a los libros militares, Ryback destaca una biografía de Schlieffen, el genio prusiano (es curioso que Hitler subrayase las consideraciones de sentido táctico sobre los peligros para Alemania de luchar en dos frentes), un práctico manual de identificación de tanques y varias obras sobre Federico el Grande, especialmente la biografía de Carlyle.


¿Y cómo leía Hitler? Trevor Roper dijo que Hitler „leía mirando primero el final, luego el medio, y después, cuando ya se había familiarizado con su contenido, empezaba a leerlo afanosamente.

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