martes, 10 de febrero de 2009

LA FUERZA TELÚRICA DEL POETA JUAN MANUEL ROCA

Gráfico: literatambo.

La poesía es el vino del alma, y para los que no beben vino, es la savia de nuestro yo, y, sobre todo, es el mar por donde navega cada lector y, se enfrenta a la brisa o a las crestas de las olas, que transforma el texto leído y su yo, en una interpretación única: le guste o no le guste.


Desde los jeroglíficos egipcios, pasando por el lirismo de los poetas de la dinastia Tang, o la lozanía breve de los haikus, Petrarca, Góngora, Vallejo, Belli, Pimentel o De Ramos y llegando a los poemas del poeta más joven que podría ser tu hija o el hijo de tu vecino oculto en su recámara o bajo un árbol insuflando de metáforas o rompiendo la sintaxis sobre un papel, la poesía sigue siendo el género literario total.


El domingo pasado, durante la edición el programa de radio bilingüe Haltestelle Iberoamerika (Paradero Iberoamerica) la productora Ana María Rodríguez leyó un poema de Juan Manuel Roca. Ana María y Juan Manuel son colombianos. Ana María acaba de llegar de Colombia; y Juan Manuel Roca, es de Medellín, ciudad que le vio nacer en 1946. En 2004 recibió el Premio Nacional de Poesía Ministerio de Cultura; y entre sus obras podemos citar Los cinco entierros de Pessoa (2001) Antología, Arenga del que sueña (2002), Cartografía memoria (2003), Las plagas secretas y otros cuentos (2001), Las hipótesis de Nadie (2005) y la Antología Cantar de lejanía (2005).


Su primera y única novela se titula "Esa maldita costumbre de morir", publicada en el año 2003. El vate colombiano ha realizado durante más de veinte años talleres de apreciación poética en la Casa de Poesía Silva, y ha dejado claro en diversos foros que se reconoce en la tradición literaria de América Latina que representan el poeta peruano César Vallejo y el mexicano Juan Rulfo. Roca se ha reconocido también ser un hijo de la poesía surgida en el romanticismo alemán, de la que se ha amamantado y a la que exploraron profundamente los surrealistas franceses como Lautréamont y Rimbaud.


De Juan Manuel Roca, su paisana Ana María Rodríguez, con ese acento colombiano que despliega flores y sol, nos leyó el Poema Monólogo de José Asunción Silva. Leedlo con tranquilidad, disfrutadlo y si es posible, releedlo.



Poema Monólogo De José Asunción Silva


A Ricardo Cano Gaviria



La ciudad que me rodea
Y se duplica en los charcos de la lluvia
Tiene un ropaje de sombras.
El viento que viene del páramo de Cruz Verde
Con su negro levitón nocturno
Rasguña los vitrales de la casa,
Se cuela en los campanarios,
Golpea
Los aldabones de bronce de La Candelaria.
Ese viento, mi alma es ese viento.


Entre cercanos silencios
Resuenan las guerras del país
Mientras tintinea el quinqué
Con el que alumbro mis confusos libros
De comercio.
Ese viento, mi alma es ese viento.
Los corrillos de seres embozados
Murmuran a mi paso. Figuras fijas al paisaje,
Estatuas de nieve a la entrada de una iglesia,
Maniquíes
Apenas movidos por el frío cuchillo del
Páramo.
Ese viento, mi alma es ese viento.
¿Quién dibuja en mi blusa el mapa del corazón?
¿Quién traza un centro a la ruta de mi fiebre?
La hermana muerta atraviesa el patio:
Su voz ya pertenece
A las construcciones secretas del vacío.
Ese viento, mi alma es ese viento.


La aldea despereza su piel de adormidera,
Filtra una luz en los costados de la plaza
A una hora en que la ciudad parece viva.
Hablo de su lentitud, de su pasmosa fijeza:
Mientras concluye el gesto de un hombre
Que lleva de la mesa a la boca su pocillo,
Cruza la eternidad, el mundo cambia de
Estaciones,
Pasan las guerras, hay futuros en fuga
Y el hombre no termina el ademán
Que funde sus labios a la taza de café.


Todos parecen tocados del embrujo,
Acaso miren en su quietud
El pajaro invisible
Que les señala un oculto retratista.
Y de nuevo, el viento.


Ese viento, mi alma es ese viento.


Un disparo más, dirá el vecindario,
Un disparo más en las eternas guerras
Del olvido.
La vida, esa feroz bancarrota.

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