sábado, 3 de mayo de 2008

EL SOL, EL SOL, EL SOL, EL SOL, EL MAR, LAUTERBOURG Y RELEYENDO A ROBERTO BOLAÑO

Arriba, la portada del libro „El sol de Breda“ de Arturo Pérez Reverte. Tercera entrega de Las aventuras del capitán Alatriste.Página oficial de Arturo Pérez-Reverte: Capitán Alatriste


Recuerdo que la primera vez que vi el mar no tenía memoria. Absurdo. No sé cuando vi por primera vez el mar. Pero recuerdo que pasé un verano completo en las arenas de la playa Ancón, ubicada al norte de Lima. Recuerdo, además, las noches intensas con sonido de olas rompiendo el sueño. Sin embargo, lo más hermoso fueron los atardeceres: los gozaba caminando por la playa recogiendo piedrecillas de bellos colores y recolectando pequeñas conchas con las que confeccioné más de un collar.


Las caidas de sol eran hermosísimas. Nunca he visto atardeceres con sol tan bellos como en el Océano Pacífico y como en las alturas de Sierra Nevada en Granada.


Hoy he estado en Francia, recorriendo bajo un sol de mayo la ciudad de Lauterbourg. Ese sol francés es un sol distinto al sol que he visto desde las alturas de Andalucía o desde la orilla de una playa del Pacífico, repito. En casi todas esas ocasiones siempre me ha acompañado un libro o una mujer con los que he compartido una caída de sol.


La única vez que no tuve un libro en mis manos y, vi la caída de sol más triste de mi vida, fue en Cabo da Roca, en Portugal, cerca de Lisboa. Esa noche, mientras esperaba el bus de regreso sentado en el faro del Cabo más occidental de Europa, me puse a contar los barcos que pasaban a los lejos. Hasta que llegó la oscuridad y el faro comenzó a escupir su sagrada luz. Esa misma noche conocí a las hijas del farolero. Dos niñas que se acercaron a mí por la curiosidad de ver quien era el solitario del faro. Nos hicimos amigos y me hablaron de su vida solitaria en la casa del farolero.


A la izquierda, el escudo de la ciudad de Lauterbourg. Alsacia. Francia.


Hoy he estado en Francia, decía, y hemos comido bajo el sol en uno de esos restaurantes franceses donde la comida se hace lenta y el vino Burdeos (1) convoca a los Dioses y la literatura. Antes, mientras – iba sentado en la parte trasera del coche- atravesábamos la frontera alemana-francesa, releía ese libro de poemas que compré una vez en Santander „Los perros románticos“ del chileno Roberto Bolaño (dicho sea de paso la vendedora que me lo recomendó era de Chile y ha sido uno de los pocos chilenos que he conocido que sabían quién era Bolaño) y, por casualidad, decía, leía el poema „La francesa“, un poema cargado de pasajes históricos que cabalgan con el látigo breve del amor, el sexo y el miedo a la vejez y a la soledad.


Una mujer inteligente.

Una mujer hermosa.

(...)

Salvo cuando se deprimía y emborrachaba.

(...)

Y de sus labios brotaban

Pasajes de su adolescencia que de improviso llenaban

nuestra habitación...(2)



Arriba, otra obra de Roberto Bolaño. La fabulosa novela titulada "1996".

El libro “Vida y destino“ de Vasili Grossman (3), no viajó conmigo. Está descansando su lectura en una esquina de mi casa. Por eso me da mucho placer releer la poesía de Roberto Bolaño. Mañana será otro día y quizá vuelva a la impresionante novela de Grossman.

Para terminar: al salir de la ciudad de Lauterbourg( 4) por su calle principal vi en un enorme cartel de plástico, colgado en la fachada de un edificio público, la cara de Ingrid Betancourt (5), de quien se pide su libertad. ¿Qué sol ha visto hoy Ingrid desde donde está? ¿En qué soles de su infancia pensará?

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