sábado, 17 de mayo de 2008

BLASCO IBAÑEZ, TOROS, VALENCIA, Y LOS CIEN AÑOS DE „SANGRE Y ARENA“


Foto de la tapa del libro "Sangre y arena" del escritor valenciano Vicente Blasco Ibañez. "Sangre y arena" se publicó hace un siglo.

Ahora que estuve en Valencia y deambulaba por la Albufera, observé una casa de nombre „Cañas y barros“, donde alquilan barcas para cruzar los humedales de la zona, entonces recordé la figura de Vicente Blasco Ibañez, y de esa película, con el mismo título, que vi en Lima y me asustó mucho, porque narraba la existencia desalmada de los campesinos de la Albufera a principios del siglo XX. Leí ese nombre de libro, decía, y me dejó pensando, dudando, y ahora he salido de la duda, porque desconocía que Blasco Ibañez había nacido en Valencia. Mi ignorancia es más grande que los océanos. Ahora lo sé, además, sé que hace un siglo, en 1908, este autor valenciano publicó „Sangre y arena“, un libro de la vida del mundo de los toros y los toreros, que todo taurino debe leer.


La literatuta de la tauromaquia es escasa, me atrevo a decir que son unos 100 millones, más o menos, las personas que están ligadas al mundo del toro y serán mucho menos las que leen literatura taurina, sin tomar en cuenta diarios y revistas vinculados al toro. Literatura taurina sólo se lee en España y en países latinoamericanos donde se vive una intensa vida taurófila, también en otros lugares, pero escasamente.


En las puertas de la Plaza de Valencia, el domingo pasado, me encontré con una familia alemana que quería ver toros, aunque la hija era la única que no deseaba hacerlo, en fin, como cayó una tromba de agua, no sé si la corrida se llevó a cabo, ni me importó más. La día del día anterior se había suspendido. Gentes de no habla hispana también gustan de los toros, en Las Ventas de Madrid, por ejemplo, he charlado con japoneses conocedores de las chicuelinas y los garapullos; con franceses amantes de los desplantes y las revoredas y estadounidenses que bajaban de Pamplona con un libro de Hemingway en la mano y una botella de pacharán en la otra.


Ernest Hemingway fue quien internacionalizó el mundo del toro e hizo famosa a la ciudad de Pamplona. Si se la visita se puede ver un busto del autor de „Muerte en la tarde“ como agradecimiento y homenaje por todo lo que hizo por la Fiesta de San Fermín.


Federico García Lorca, mucho antes, había provocado tristeza a sus lectores con los versos a la muerte de un torero: „Llanto por Sánchez Mejía. Lorca defendía la fiesta de los toros y decía ver en ella la riqueza vital y poética de España. Otro poeta, Rafael Alberti, de quien guardo el recuerdo de sus aires del pasado cuando visité el lugar donde nació „Puerto de Santa María“, no escapó a esa afición. Ni Ortega y Gasset, Gerardo Diego, Pablo Neruda, Vicente Aleixandre escaparon de la magia de la arena y el percal.


Poster de la película "Sangre y arena". Film que sigue levantando pasiones entre los entendidos de una desentendida costumbre española.

„Sangre y arena“ retrata la vida de un torero, su apogeo y su muerte. Recupera para la posteridad aquellos encantos de principios del siglo XX y nos hace revivir las plazas con aire a pandereta y abanico. La sangre y la muerte es por antonomasia la fuerza del libro. El drama del matador Juan Gallardo, enamorado de una rica señorita le romperá la vida. Las cornadas más mortales dan las mujeres, y no los toros, dicen los toreros, „Sangre y arena“, que fue llevada al cine, es la obra, junto a „Los jinetes del apocalipsis“, más leída de Blasco Ibañez.


Abajo les dejo un fragmento de „Cañas y barro“:


" El bosque parecía alejarse hacia el mar, dejando entre él y la Albufera una extensa llanura baja cubierta de vegetación bravía, rasgada a trechos por la tersa lámina de pequeñas lagunas. Era el llano de Sancha. Un rebaño de cabras, guardado por un muchacho, pastaba entre las malezas, y a su vista surgió en la memoria de los hijos de la Albufera la tradición que daba su nombre al llano. Los de tierra adentro que volvían a sus casas después de ganar los grandes jornales de la siega preguntaban quién era la tal Sancha que las mujeres nombraban con cierto terror, y los del lago contaban al forastero más próximo la sencilla leyenda que todos aprendían desde pequeños. Un pastorcillo como el que ahora caminaba por la orilla apacentaba en otros tiempos sus cabras en el mismo llano. Pero esto era muchos años antes, ¡muchos!...; tantos, que ninguno de los viejos que aún vivían en la Albufera conoció al pastor: ni el mismo Tío Paloma. El muchacho vivía como un salvaje en la soledad, y los barqueros que pescaban en el lago le oían gritar desde muy lejos en las mañanas de calma: -¡Sancha! ¡Sancha!... Sancha era una serpiente pequeña, la única amiga que le acompañaba. El mal bicho acudía a los gritos, y el pastor, ordeñando sus mejores cabras, le ofrecía un cuenco de leche. Después, en las horas de sol, el muchacho se fabricaba un caramillo cortando cañas en los carrizales y soplaba dulcemente, teniendo a sus pies al reptil, que enderezaba parte de su cuerpo y lo contraía como si quisiera danzar al compás de los suaves silbidos. Otras veces, el pastor se entretenía deshaciendo los anillos de Sancha, extendiéndola en línea recta sobre la arena, regocijándose al ver con qué nervioso impulso volvía a enroscarse. Cuando, cansado de estos juegos, llevaba su rebaño al otro extremo de la gran llanura, seguíale la serpiente como un gozquecillo, o enroscándose a sus piernas le llegaba hasta el cuello, permaneciendo allí caída y como muerta, con sus ojos de diamante fijos en los del pastor, erizándole el vello de la cara con el silbido de su boca triangular. "


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