viernes, 14 de marzo de 2008

HOY HE COMPRADO UN MANGO PERUANO

Fuente fotográfica: Rosie Lerner, Purdue University.

Hoy he comprado un mango peruano.

Puede parecer gracioso que lo diga, pero sucede que, para un emigrante peruano anclado en el centro de Europa (al menos aquí en la ciudad tecnológica de Karlsruhe), encontrarse en un supermercado con un cartón con la inscripción PRODUCT OF PERU conteniendo mangos, es igual a una fiesta sin invitados y sin alcohol.

Este mango -que ahora acicala con su rojizo color, por abajo; y verde por arriba, la mesa de la cocina- no tiene nada que ver con los mangos que solía comer en la casa de Lima.

Después de adquirirlo, lo he topado, lo he acariciado, lo he olido, como podría oler, un perro zarcero bajopontino, una flor en la Alameda de los Descalzos. Y, mientras respiraba sus aromas, me han venido a la memoria aquellos niños que abordaron intempestivamente el tren que hacía la ruta Quillabamba-Cuzco, en un invierno de un año que ya no recuerdo, para vender costales repletos de mangos, mangos olorosos, mangos amarillos, mangos suculentos, gordos y jugosos como después lo pude comprobar.

En aquella ocasión, el olor intempestivo que entró al vagón me conminó a comprar un mango por el mismo precio que se pagaba por un costal de mangos. Uno de los pequeños vendedores se negó a venderme un solitario mango. O todo o nada, me dijo. Y yo sólo quería un mango y le pagaba lo que costaba un costal, pero, mama mía, nunca he conocido un vendedor tan pertinaz y leal a su objetivo como ese niño; sin embargo, otro niño vendedor que había escuchado mi solicitud, tomó su costal, le hizo un agujero y sonriendo me sacó,un mango, y lo peor, no me quiso cobrar. Insistí en pagar, pero sin resultados, así que me fuí a mi asiento con mi mango en la mano para sorprender a la vistante europea que iba conmigo.

Un mango es mágico.

Cuando llegué a Alemania, en las primeras semanas empecé a conocer gente de distintas nacionalidades. En una ocasión conocí a una chica de Madagascar que me hablaba de mangos. Era misterioso escuchar de la boca de una mujer isleña hablar de los placeres que provocaban al paladar los mangos de su país, hecho que me causaba molestia, porque, en aquel entonces, pensaba que la sabrosura enigmática del mango sólo eran propiedad única de las selvas de mi tierra.


En München, existe un mercado que se llama Viktualienmarkt. Allí ,en el año de la celebración del último Mundial de Fútbol, me encontré con una variedad de mangos, rodeados por otra variedad de frutas de increibles procedencias. Frutas cuyos nombres y formas desconocía. Lo que me llamó la atención era el precio de algunos ejemplares. Cien gramos de una fruta "x", costaba hasta 50 euros.

Ahora tengo mi mango peruano en casa. Voy a esperar a que madure. Lo voy a acariciar cada día. Y a olerlo, y, si hacen efectos las noches de lecturas de libros sobre las artes mágicas de las brujas, voy a frotarlo, como si fuera la lámpara de Aladino, para ver si ese niño que me regaló un mango cerca de Macchu Picchu, vuelve a reaparecer y me vende el resto de su costal.

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